viernes, 17 de julio de 2015

Las pijas madrileñas


Los pijos españoles tienen su doble en otros países hispanohablantes: los fresas en México, los chetos en Paraguay, Argentina y Uruguay, los gomelos en Colombia, los cuicos en Chile, los pitucos en Perú, los sifrinos en Venezuela, los pipis en Costa Rica, pelucones en el Ecuador, los jevitos en República Dominicana, los yeyés en Panamá y los caqueros, en Guatemala. Interesante el libro de David Madrid, Tribus urbanas: ritos, simbolos y costumbres.
Entre las tribus urbanas madrileñas (raperos, góticos, latinos, punks, bobós, gaytrinar, entre otros)  los pijos y las pijas son todo un clásico. Nos vamos con ellas.
Las auténticas pijas no son legión. Cada vez tienen más imitadoras pero un ciego que pasara corriendo por la acera de enfrente distinguiría la copia del original. El pijo no se hace, nace. Viven en aparente armonía, ocupan un territorio, se reconocen fácilmente y forman un grupo homogéneo a pesar de las tirrias que mantienen para decidir cual es la más guapa cuando se miran al espejo. Su signo es la vanidad a la que llaman clase. Sus mayores defectos son la envidia y los celos (los celos de amor son para ellas una variante de la envidia). Su facultad es la imaginación. Viven en un mundo a la medida de sus fantasías: si los hechos las desmienten, peor para ellos. Si puedes, quieres. La imaginación en el poder es su lema. Sueñan despiertas con ser portada en el Hola, jamás en Diez minutos, salir en Corazón, corazón con su novio condeduque o fotografiadas en topless en una isla del Egeo por una legión de paparazzis.
Han convertido la frivolidad en un arte: cada mañana despiertan en un mundo nuevo. Lo que ocurre es siempre accidental. La menor variación interna (una alergia primaveral) o externa (su hermano mayor se ha llevado el coche) hace que adoren lo que ayer les parecía absurdo. El río de la vida. El principio de contradicción es para la pija una manía burguesa.
Son, en general, bastante libertinas, aunque critican duramente los deslices de las otras. Los informes sociológicos constatan que más de la mitad de los abortos (en Londres, por supuesto) llevan su firma. Son casta. Es evidente el desprecio que sienten por las mujeres extramuros que, a su vez, las odian por el glamour deseante que desatan entre los hombres de toda edad y condición.
Es curioso que sus padres tengan una tendencia irresistible a creerse lo que les cuentan sus niñas, acaso por el hábito de asistir juntos a la misa dominical en el barrio de Salamanca. Las pijas tienen muy claro que el catolicismo es cristianismo para ricos. Son practicantes a tiempo parcial. En misa rezan al dios de sus mayores y al salir, en la puerta misma de la iglesia, retoman la vida mundana.   
Ser pija es un código moral. Por ejemplo, su relación con los chicos. De entrada, marcan las diferencias entre los plebeyos, a los que ignoran, advenedizos, a los que maltratan, y los hijos de papá, a los que persiguen. El advenedizo, por ejemplo, un compañero de la facultad alto y listo, será un conocido de segunda; como mucho amigo sin derecho a roce. Jamás entrará en su círculo mágico. Existe la esperanza pero no para él. Le preguntarán lo que no entienden en clase, le pedirán los apuntes, tomarán una tónica en el bar y cuando el incauto intente pasarse de la raya le darán el esquinazo.
Cuando las pijas se sientan en la terraza, quedan en la discoteca o van de tiendas se mueren de risa y todo son cumplidos; pero ponen a sus amigas de vuelta y media en cuanto les dan la espalda. Si una se despide, otra dejará escapar: ¿Por qué Marga habrá movido tan pronto su gordo culo? A su vez, Marga le dirá por iphone a su prima con la que ha quedado en el nuevo espacio de batidos de la calle Goya: para ser tan cretina como Noa hay que tener profesor particular.
Los estudios preferidos de las pijas son Economía, Derecho y Periodismo. Nunca Bellas Artes, Filología o Filosofía. Las carreras técnicas son para tías marimachos. Tener estudios es un título matrimonial. Forma parte del escaparate porque su inconsciente colectivo les dice que trabajar una vez casadas rompe la armonía preestablecida. Se supone que su esposo será un hombre de recursos. El arquetipo del gran Pijo.
Los deportes de pijos y pijas son el esquí, el golf, el tenis y el padel. También la equitación y la vela. Están mal vistos la natación, el footing y todas las variantes del balón. La diferencia es que ellos ejercen, compiten, se machacan, mientras ellas no se lo toman en serio; dan clases en el club con los últimos atuendos de Adidas, Nike o Reebok, se cansan pronto, lo dejan y se apuntan a un gimnasio de Serrano.
Por lo que respecta a sus gustos musicales, adoran el flamenco guiri, las sevillanas (van a un curso con su madre), la salsa y Bisbal (ese albañil tan simpático). La ópera les aburre aunque alguna vez se dejan ver por el Real con traje de noche. Los libros existen para hacer un regalo de cumpleaños a las personas mayores. Como mucho se llevan a la playa la biografía de un famoso o un best seller adaptado al cine. Lo único que leen en serio son los mensajes de aplicaciones pijas, nada de WhatsApp salvo urgencia o gente de aluvión.  
Odian la ropa de las grandes superficies porque iguala. Se visten con marcas exclusivas, Lacoste, Tommy Hilfiger o Quicksilver, codician los trajes de las grandes firmas, Louis Vuitton, Armani o Prada, les chifla la lencería sexy de Sahía como si se tratara de una exquisita pâtisserie, pero están muy pendientes de las novedades de Zara (cuando pasa la temporada tiran los modelos o los dejan en la parroquia sin que las vean).
Desde que nacen todas las pijas sufren el complejo de derechas. Dicen que son apolíticas chic. Hablar de política está mal visto, excepto algún comentario para recalcar el pésimo gusto de la izquierda. Lo cual no es obstáculo para que militen en las juventudes del PP. Sus padres las han llevado a colegio de pago para convencerlas de que forman parte de la nueva generación neocon que dirigirá su país. Son “liberales” a lo Espe, el arquetipo femenino de la clase dominante. ¡La inteligencia también se compra!
Pasan las vacaciones de verano con sus padres en Marbella (cada vez menos), San Xenxo, Santi Petri o el Puerto de Santa María. En invierno tiene dos opciones: esquiar en Baqueira (con los reyes o Aznar) o hacer un crucero de lujo con destino a Cancún, Martinica o Miami.
Si por casualidad oís en la calle: “es ideal”, “es mortal”, “estás divina” o “no me puedo creer que Carla salga con ese cool de Borja Mari”, no lo dudéis: si giráis la cabeza veréis al menos dos pijas. La pija tiene siempre un colega, novio, prometido. Se trata de un pijo. Pero esto ya es otra historia a la vez idéntica y diferente.

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