jueves, 2 de abril de 2015

Historia de la filosofía. El significado de la historia en Ortega


El auténtico horizonte de sentido de la vida humana es siempre histórico. La historia es la apertura al sentido de la vida. El hombre está siempre delimitado por la época histórica que le ha tocado vivir. Cualquier existencia está siempre situada a una altura determinada de los tiempos. La circunstancia del yo es siempre y en última instancia de carácter histórico. La vida que funciona como razón es siempre histórica. Todo conocimiento efectivo de la vida está penetrado por la historia. Por tanto, la razón vital es necesariamente razón histórica.
El hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia; porque historia es el modo de ser de un ente que es constitutivamente, radicalmente movilidad y cambio. Y por eso no es la razón pura, elástica y naturalista, quien podrá jamás entender al hombre. Por eso, hasta ahora, el hombre ha sido un desconocido. Pues la historia es el modo de ser de un ente radicalmente variable y sin identificar. (Sobre la razón histórica)
El hombre está situado inevitablemente en un segmento concreto de la historia. La vida como la vivimos día a día está impregnada del peculiar tejido de su tiempo. Somos herederos, sabedores o ignorantes, de esta circunstancia histórica que gravita sobre nuestros pensamientos y otorga significado a las acciones. La envoltura histórica de nuestra vida nos orienta teórica y prácticamente en todo momento. La vida individual es ya histórica.
La temporalidad, el tiempo como categoría general del ser, es en el caso del hombre historicidad. La historicidad, la vivencia del tiempo como historia de forma consciente o inconsciente, pertenece necesariamente a la vida, a la biografía de cada uno de nosotros. En su obra La historia como sistema (1935) Ortega afirma: El individuo humano no estrena la humanidad. Encuentra desde luego en su circunstancia otros hombres y la sociedad que entre ellos se produce. De aquí que su humanidad, la que en él comienza a desarrollarse, parte de otra que ya se desarrolló y llegó a su culminación; en suma, que no tiene él que inventar, sino simplemente instalarse en él, partir de él para su individual desarrollo.
La historia tiene, según Ortega, una estructura precisa que consiste en el desenvolvimiento o evolución de las generaciones. Cada hombre, cuando se instala en el mundo, encuentra una circunstancia histórica conformada por un repertorio de conocimientos, creencias, ideas, usos, normas y valores de su tiempo. Esta concepción del mundo, esta visión coherente de las cosas, mantiene una cierta estabilidad y dura un tiempo determinado. Ortega matiza que tal comunidad de supuestos es tan decisiva y totalizadora que aunque los individuos de una generación se esfuerzan siempre por poner de manifiesto sus diferencias, en realidad las semejanzas que los unen son todavía más importantes.
Una generación es una zona de quince años durante la cual una cierta forma de vida fue vigente. La generación sería, pues, la unidad concreta de la auténtica cronología histórica, o dicho en otra forma, que la historia camina y procede por generaciones. Ahora se comprende en qué consiste la afinidad verdadera entre los hombres de una generación. La afinidad no procede tanto de ellos como de verse obligados a vivir en un mundo que tiene una forma determinada y única.
Son precisamente las generaciones decisivas, en terminología del autor, las que propician con sus ideas los cambios cruciales o saltos cualitativos de la historia y determinan la articulación de las épocas. El denominado método de las generaciones se convierte para Ortega en el más esclarecedor instrumento de análisis histórico. A pesar de la lucidez innegable de este método y el uso deslumbrante que Ortega hizo del mismo al reflexionar en sus escritos sobre los acontecimientos políticos y culturales de su tiempo, es preciso reconocer que no tiene un significado científico sino ensayístico; por lo que es criticable y está cuestionado desde una historia entendida como ciencia social.

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