viernes, 5 de octubre de 2012

Cables y enfuches


¿Por qué los bombones o las flores son femeninas y los cables y enchufes masculinos? Desconfío de las burdas interpretaciones psicoanalíticas que les atribuyen un simbolismo sexual: las clavijas macho-hembra, los empalmes, las alargaderas, los polos contrarios, las descargas eléctricas… y otras vulgaridades.

Cables y enchufes son un arquetipo masculino porque es un hecho que desde el paleolítico superior las mujeres se han ocupado de ciertas labores domésticas, como los vestidos, la crianza y la preparación de alimentos, mientras los varones se dedicaban a las tareas de acondicionamiento y reparación de la cueva.  

¡A que les suena esta imagen! Un viernes por la tarde marido y mujer pasean del brazo por una calle comercial del centro. Viven en un piso adosado de la periferia y han venido a ver tiendas y cenar. Ella se detiene ante un escaparate de moda; entra decidida, mientras el marido espera en la calle con cara de palo. A los veinte minutos sale sin haber comprado nada (algo que al otro le parece inaudito). Unos pasos más allá ocurre al revés: él se detiene en estado de trance delante de una ferretería, mientras que su mujer le tira del brazo; la última vez que vio esa expresión en su rostro acabó con la compra inaplazable de unas tijeras para podar los cinco metros cuadrados del jardín. Total, doscientos euros.

A veces, el marido vuelve de la compra con una bolsa en cada mano: la derecha con los encargos de la lista; la izquierda repleta de cables y enfuches. Al cabo, el marido sale a hurtadillas del cuarto trastero con un fardo misterioso.

 - ¿Dónde vas?, le pregunta su mujer que pasa por el pasillo.

- No, nada, tengo que hacer una cosa (mientras huye sin dar explicaciones)...

Pero no engaña a nadie; su mujer sabe que en cuanto la pierda de vista se dedicará a pelar cables, aparejar enchufes o ambas cosas. Cuando vuelva de merendar con sus amigas el invento estará listo.

De niño, mi juego favorito consistía en abrir el coche teledirigido o la máquina del tren eléctrico y sacarle las tripas para después reconstruirlo cable a cable. Por supuesto, nada volvía a encajar. Mi madre clamaba al cielo y mi padre aparentaba enojarse (su farsa me sorprendía). Después se pasaba el fin de semana tratando de reparar el desguace. Curiosamente salía del despacho con los ojos húmedos y la sonrisa en los labios; y mi paga semanal no se resentía (paradojas de la vida)…

Durante mi adolescencia me fabricaba las tardofranquistas radios de galena, que duraban una semana, y altavoces caseros que se oían peor que los del tocadiscos (compraba los componentes en el almacén de Ángel Colmena, pescador de truchas y amigo de mi padre), hasta que un día toqué algo que no debía y me dio tal calambre que no precisé una curva completa de ensayos y errores para modificar de por vida mi conducta instrumental.

Nunca compré libros del tipo Hágalo usted mismo. Sólo en una ocasión consulté en la Casa de la Cultura uno sobre "cómo hacer tu propia alarma personal”. Pensaba instalarla en la puerta de mi habitación (una fantasía indescifrable entonces y ahora). Pero cuando intenté conseguir los accesorios Colmena me mandó a paseo; comprendí que era mucho más barato comprarla en una tienda de seguridad (que no había en Cuenca, ¿Existen en alguna parte?). La única alarma que saltó fue la preocupación de mis padres por mi salud mental cuando se enteraron del asunto (sin duda me traicionó mi agente comercial). Les dije que sólo era un juego (más leña a la hoguera). Decidí volver a la tranquilidad de los cables.

Tras el fallecimiento de nuestro padre, mi hermana hizo algunas reformas en la casa (ahora es suya). Me contó que cuando llegaron los electricistas se quedaron alucinados del embrollo de cables y enchufes que había.

- En esta casa vivían -dijeron cortésmente con los ojos como platos- dos personas que les gustaba la electricidad. Una sabía y la otra no.

- A mi padre no se le daban bien esas cosas -informé convencido-.

- Según parece, el experto era él, matizó mi hermana partida de la risa. Estuve abochornado un mes. Pero lo superé pronto.   

Al casarme volví a las andadas: interruptores superfluos, enchufes que van al enchufe, ladrones en serie, regletas de diez entradas y alargaderas de veinte metros (o veinte centímetros). El salón parecía un garaje. Al final mi mujer explotó:

- ¡Van a salir todos los cables por la ventana (estuvo a punto de decir: y tú detrás, majadero)! Con el tiempo hemos hecho obras y se ha ocupado de eliminar cualquier vestigio de mis artes.

 Capítulo aparte son los electrodomésticos. Me refiero a los que fascinan al varón: la televisión, el video, la grabadora, la cadena musical, el ordenador, la tablet, la cámara digital, la videoconsola, el libro electrónico o el Iphone (todos unisexo, por supuesto).

Pero la cosa sigue: los aparatos se conectan entre sí. Más clavijas y supletorios. La imaginación al poder, las posibilidades son infinitas. La televisión se conecta a la cadena, el ordenador a la tele, la cámara al ordenador, el Iphone a la videoconsola, la videoconsola a internet. Nuevas masas de cobre detrás de los muebles, debajo del sofá, metidas en canaletas que recorren las paredes como si viviéramos en un submarino. El ideal de una "casa inteligente" cada vez más cretinizada por las nuevas tecnologías.
¿No sería mejor utilizar la imaginación para planificar viajes exóticos, no dar ni golpe en el trabajo o gastarte el dinero en caprichos principescos que no sean aparatos? También para regalarle a tu chica una joya el día de su no cumpleaños, por ejemplo unos pendientes de esmeraldas (me chiflan), ¡no una plancha, idiota!   

Afortunadamente, hay que agradecer a la nueva generación de inalámbricos la disminución del número de divorcios. Por contra, vivimos en un mundo saturado de ondas (WiFi, teléfonos móviles, auriculares, teclados y ratones, mandos a distancia) que nos bombardean constantemente sin que se conozcan (o no se quieran decir) sus efectos nocivos. Aumenta el número de tumores malignos, otra poderosa razón a favor de los cables.

Además, digo yo: ¿Por qué no podemos disfrutar con lo que nos gusta y ellas sí pueden comprarse todas las cremas que les da la gana?

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