sábado, 1 de septiembre de 2012

¡La supercopa es nuestra!


No hay tres sin cuatro. El superatleti repitió en el coqueto estadio Luis II de Mónaco las virtudes futboleras que le hicieron grande: defensa rocosa al borde del área, presión y ayudas en el medio campo, recuperación del balón y salida aullante al contraataque. Desde el primer minuto sólo hubo un equipo en el cesped y una afición en la grada. Ni el Chelsea ni sus seguidores estuvieron en ningún momento enchufados al partido. Parecía como si un equipo quisiera la victoria y el otro pasar el trámite. Esa voluntad de poder frente al nihilismo inglés fueron determinantes en la exhibición rojiblanca y el amplio marcador. Los sajones no tuvieron ninguna oportunidad. Entre otras razones porque el Chelsea es un equipo que le viene al atleti como un guante. Al revés que los equipos españoles (en esta final al menos) presiona moderadamente, deja jugar, ataca noblemente sin guardar la ropa y cuando pierde la pelota se queda en cueros, deja espacios y sucumbe al contragolpe… Así habló el gran Falcao.    

La prensa épica del deporte, la madrileña que va con el Madrid, destaca, en mi opinión, de forma excesiva la genialidad de un solo jugador, una forma de ponerlo en la órbita de sus futuras intenciones. Al revés, el atleti se mostró ayer como un conjunto formidable. Interpretó el concierto como si fuera la Filarmónica de Viena dirigida por el Cholo Simeone. Su versión de “la heroica” fue perfecta. Su planteamiento exacto: las declaraciones alegóricas antes del partido, la pizarra en el vestuario, su actitud mesiánica en el banquillo. La afición, como siempre, a tope, ajena a la crisis, en comunión mística con el equipo, un coro mixto a pleno pulmón. Por cierto, había una enorme bandera de Cuenca, saludos a mis amigos de la ciudad encantada.
El final y el protocolo de entrega fue un desmadre de sentimientos polimorfos; hasta el Cata Díaz, recién llegado del Getafe, botaba de júbilo. Retoños y mamás con la camiseta oficial vagaban por la cancha. El dueño del club, Gil Marín (no tuvo más remedio que asistir al partido) lucía una apacible sonrisa de valium 10; el presidente Cerezo repartía por doquier ocurrencias y actos fallidos (¡mañana nos vemos en la Cibeles! Suficiente para dimitir)… el que les habla se enjugaba las lágrimas al recordar a su abuelo y muchos más. Salí del éxtasis teresiano cuando al levantar la copa Gabi, el capitán, mi hijo, resonante, me llamó desde un bar adicto a la causa…  

Por fin, un recuerdo para Fernando Torres, que a pesar de sus airadas protestas al árbitro, un disfraz, no movió un solo dedo del pie contra el equipo de su alma. No tengo ninguna duda de que le hubiera gustado salir al campo a levantar la copa con sus colegas.
¡Mañana nos vemos en Neptuno!  

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