jueves, 4 de febrero de 2010

Hogarth, La carrera del libertino. La herencia


Asociamos la figura de Hogarth con los grandes pintores del Rococó, Canaletto, Sir Joshua Reynolds, Thomas Gainsborough, Jean Antoine Watteau o Jean Honoré Fragonard; también con los escritores del siglo XVIII, Alexander Pope, Jonathan Swift, Laurence Sterne o Henry Fielding, este último fiel amigo del pintor.
En un principio, Hogarth quiso ser un pintor de la historia, pero sus contemporáneos no mostaron ningún interés por estas intenciones. Lo que realmente les gustaba, igual que a nosotros, eran sus ciclos o series morales, escenas satíricas "de un mundo al revés"; por orden cronológico son las siguientes: La carrera de una prostituta (1732, cuadros perdidos, conocida por las copias grabadas), La carrera del libertino (1736, ocho lienzos), Los cuatro tiempos del día (1738), El matrimonio a la moda (1744, seis lienzos), El matrimonio feliz (1745, seis lienzos), Industriosidad y pereza (1747, doce escenas), La calle de la cerveza y la de la ginebra (1751), Las Cuatro etapas de crueldad (1751) y La campaña electoral (1754, cuatro lienzos).
Cualquiera de estas series, imprescindibles, es, además de un prodigio de técnica pictórica, una apasionante experiencia narrativa, una fuente inagotable de sentimientos inquietantes y una fecunda constelación de ideas críticas en torno al materialismo como código ético, las consecuencias irreparables del matrimonio de conveniencia, los usos y costumbres que convienen a la vida conyugal o la inautenticidad de las rutinas democráticas, entre otras...
Ante el éxito que alcanzaron estos relatos al oleo, Hogarth las trasladó al grabado para su venta. Sin embargo, debido a su gran popularidad se hicieron numerosas falsificaciones (la forma de "pirateo intelectual" más común en la época). La fama llegó, pero no el dinero, ya que las obras fueron copiadas con rapidez y eficacia.
La serie denominada La carrera del libertino consta de ocho lienzos: La herencia, La levée, La taberna, El arresto, La boda, El garito, La prisión y El manicomio. El primer cuadro, la herencia, se ambienta en la mansión de un hombre rico que acaba de fallecer. Su hijo, un estudiante de Oxford, permanece de pie en el centro de la escena. Un sastre, con atuendo de la época, le toma medidas para el traje del entierro. En el umbral de la puerta, una joven de clase humilde, llorosa y expectante, a la que el estudiante ha dejado encinta, muestra en la mano un anillo que su amante le regaló en prenda de amor eterno. Al lado, la madre, que lleva en el delantal varias cartas repletas de promesas, expresa su disgusto y señala el abultado vientre de la hija. El heredero, con total indiferencia y sin mirarlas, les ofrece, como compensación y a fin de liquidar el asunto, unas cuantas monedas.
A espaldas del joven, el administrador, ocupado en la redacción de un inventario de bienes, alarga con descuido la mano derecha para sustraer unas monedas de oro que salen de una bolsa. Al fondo, encima de una escalera, el tapicero que adorna de luto la estancia rompe sin querer la moldura superior de la pared, de la que cae un torrente de peculio que el difunto había escondido con celo.
Otros detalles del cuadro insisten en el carácter cicatero del padre: encima de la chimenea está colgado el retrato de un pesador de oro (un espejo del tacaño) y en la repisa permanecen unos cabos de vela completamente gastados.
Una vieja con giba, la sempiterna sirvienta, arroja a la chimenea unas haraposas alfombras con más años de servicio que ella misma. 
En el armario, a la derecha, se amontonan pelucas en ruina y botas usadas; colgado de la pared vemos un pesado abrigo que le servía para resguardarse del frío y no encender la chimenea. Encima, en una pequeña alacena, se puede ver un asador polvoriento por su pertinaz desuso y en la parte inferior del cuadro hay un libro de cuentas destinado a controlar con detalle los mezquinos gastos cotidianos.
Junto a la mesa, se observan varios saquitos de monedas y un baúl repleto de platerías, recibidas seguramente en garantía de préstamos usurarios o quizás acaparadas en avarientos trasiegos .
Apoyados en el cofre reposan un montón de rollos de papel, posiblemente contratos, hipotecas, alquileres y otros pingues negocios.
Un gato famélico y espectral, imagen viva del dueño, hurga con avidez en los tesoros.
Sabemos por la documentación del cuadro que la joven se llama Sarah Young y su amante Tom Rakewell, apellido apropiado (”rake”) tanto para el padre (“arramblar”) como para el hijo (“libertino”).

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