miércoles, 20 de enero de 2010

¡Jubilarse es vivir al fin!


Querida Albina:
Por esta vez no voy a explicar en qué consiste la jubilación con los consabidos argumentos escatológicos acompañados de una suave música de violines. Jubilarse no es empezar a ser plenamente feliz, algo imposible para la pobre condición humana, sino dejar de ser infeliz, es decir, hacer lo que te apetece cobrando además por ello.
A partir de aquí las fantasías de cada uno, reprimidas por lustros de trabajo tedioso y eterno retorno de lo mismo, juegan un papel decisivo. Cada cual tiene las suyas y es aconsejable recordarlas y profundizar en ellas con frecuencia.
Asimismo, espero que no te plantees ni por un momento que vas a echar de menos la actividad frenética e infecunda del trabajo; que, como dicen algunos miopes de la vida, si te jubilas te vas a aburrir… En todo caso, si cedes a esa tentación, reflexiona sobre este prudente argumento: en el fondo, que más te da aburrirte tranquilamente en tu casa que en el instituto…
Piensa además para tu consuelo que si se hiciera una encuesta fiable entre los alumnos que terminan el bachillerato y les preguntaran por la asignatura que les ha resultado más aburrida e inútil, la respuesta mayoritaria, no lo dudes, es la que estás pensando…
Supongo que todo jubilado, cuando adquiere su nueva condición, comienza por preguntarse que ha significado el trabajo en su vida, además de haber perdido el tiempo en su ejercicio durante más de treinta años.
En el caso de un profesor, la mayoría de los aquí presentes, imagino que diría que lo que ha hecho ha sido “enseñar”.
La siguiente pregunta es, por supuesto, algo menos abstracta: ¿pero qué es lo que has enseñado? Yo, al menos, respondería del siguiente modo: desde luego no filosofía, porque lo que les he explicado con esfuerzo, al final lo han memorizado, por razones prácticas, de cuatro en cuatro líneas, lo mismo que si se tratase de la guía telefónica.
¿Entonces les he enseñado a pensar? imposible; se aprende a pensar con la propia cabeza y nunca en cabeza ajena…
¿Será a ser críticos a lo que les he enseñado? No lo creo. La crítica en el españolito/a medio (si es que esto todavía significa algo) es condición natural e idea innata, además de ser propiamente más vicio acusado que virtud manifiesta.
¿A orientarse en la vida? Improbable. Para orientar a otros hay que estar en posesión de un sólido cuerpo de doctrina del que, por ahora, carezco. Mi capacidad de orientación en el abismo insondable de la vida no alcanza más allá de una jornada y cada vez que abro los ojos al alba (otra cosa de la que puedes olvidarte) tengo que replantearme la cuestión con estupor.
Aquí me planto y puesto que no se me ocurre lo que propiamente he enseñado y no pretendo por principio prejuzgar a los demás, pongo abajo unas líneas punteadas para que el interesado, en este caso Albina, las complete a su gusto y condición.
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Obviamente todas estas reflexiones, acaso más realistas de lo políticamente correcto, sólo pretenden ser argumentos a favor de la dicha que espera al jubilado y no tendenciosas diatribas contra el sistema educativo…
Lo mejor, Albina, es lo que viene ahora. Se acabaron las tediosas explicaciones sobre Tomás de Aquino o Hegel. Ya no leeremos en clase (tampoco fuera) los textos ininteligibles de Descartes o Kant. No más trabajos engañosos, copiados y pegados de Internet para subir al cinco. Ahora toda mi casa se va a convertir en un inmenso Rincón del Vago… Y, sobre todo, piensa en disfrutar del mayor placer que ha sido prometido por los dioses a ese ser paciente que llamamos profesor: nunca más volverás a corregir un examen.
Esto por un lado. Por otro, Albina, desde tu antigua condición de Jefe de estudios, ya no tendrás que sermonear inútilmente a tantas almas pérdidas desde su más tierna infancia. Tampoco aguantarás las no pertinencias de padres agresivos que invaden tu despacho sin haber pedido hora, convertidos en aguerridos defensores de la barbarie de sus hijos, que es la suya. Ni temerás las visitas intempestivas de la inspección con el anuncio de normas interminables y reglamentos herméticos… Entre otras cosas más sutiles que me dejo en el tintero.
Pero seamos positivos. Te sugiero a continuación algunos favorables avatares en la vida de un auténtico jubilado.
Lo primero es levantarse por la mañana ni muy pronto ni muy tarde: a las doce. Nada de duchas, ya habrá tiempo de pasar después por el yakuzi. Lo segundo es un sabroso desayuno. Mucho café y mantequilla que son productos naturales. Nada de cereales integrales y otros fármacos. Al lado la prensa, calentita y crujiente, y el portátil. Una breve mirada al correo electrónico y al de verdad. Después al gimnasio a cuidarse un rato, no hagamos la gracia de morirnos a los veinte años de habernos jubilado…
Luego vienen las clases, pero ahora no las das sino que las recibes. Un poco de estética oriental con el maestro zen, que relaja mucho y nos abre el espacio espiritual de las grandes ciudades. O un curso de apicultura, esa ciencia increíble de la miel y de las flores de la que tanto tenemos que aprender. Más tarde, almorzamos en nuestro rincón favorito (no en la cafetería de unos grandes almacenes, por favor) y volvemos orondos a casa, a disfrutar de un merecido descanso…
Por la tarde ya veremos. ¿Un partidito de golf? Puede ser. Una visita a la exposición de Matisse con los amigos del alma. Perfecto. O nos damos un capricho y compramos ese traje color fresa (nada de colores oscuros) por el que suspiramos hace tiempo... No lo dudes. Pero sobre todo, Albina, hay que evitar que te traigan los nietos a casa porque entonces, con el cuento familiar, los que se van al teatro son los padres. El fin de semana a tu casita en la costa, al mar, el lugar del que toda vida procede y a la cual toda vida debiera volver aunque solo sea en forma de poéticas cenizas…
Por todo lo dicho, que no abarca ni la mitad de los gozos y los días que te esperan, el Seminario de Filosofía y yo en su nombre te damos la despedida sin lágrimas recargadas que enturbian el ánimo e inclinan a la melancolía. Al contrario, lo hacemos con agrado y una sana envidia que nos hace esperar con renovada impaciencia el día en que por fin nos toque a nosotros…

Por todo ello un abrazo muy grande de tus compañeros de fatigas y de tu jefe, que ya no lo es, Rodolfo.

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