miércoles, 20 de enero de 2010

El pasado áureo


Entre todos los enigmas filosóficos, uno de los que más me fascina es la imposibilidad de recuperar el significado exacto (o siquiera aproximado) de los acontecimientos y manifestaciones de la historia. Se trata del viejo problema del historicismo y la comprensión.
Hagamos una breve descripción del problema: la comprensión (Verstehen), término que se contrapone a la explicación causal de las ciencias de la naturaleza, significa que el conocimiento de los hechos históricos debe hacerse desde un punto de vista psicológico: hay que centrarse en la interpretación de las causas finales de los sucesos, los motivos e intenciones de la acción, su sentido interno, las peculiaridades únicas e irrepetibles de los actores, la atmósfera espiritual y emocional de la época...
Me permito presentar en forma interrogante algunos ejemplos que nos mueven a suponer con razón que tales objetivos son inalcanzables.
¿Se puede recuperar lo que pensaba y sentía el hoplita ateniense cuando en la batalla de Maratón avanzaba hacia el enemigo persa con el escudo dispuesto y la lanza extendida?
¿Podemos reconstruir la fe del monje benedictino del siglo VI que vivía en el Monasterio de Montecassino cuando acudía a maitines al alba o labraba la tierra en el huerto otoñal?
¿Hay alguna forma de imaginar el disfrute literario de los lectores coetáneos de Víctor Hugo cuando llegaban por fin a las diez últimas páginas de Los miserables?
¿Qué significaban para mi bisabuela las hornacinas en la pared del pasillo, la rejería y los tiestos en los balcones, los fogones de la cocina, los colchones de lana o los orinales de loza debajo del lecho?
¿Qué pasa por la cabeza de mis alumnos cuando consideran que lo normal es aprobar sin condiciones, hablar sin disimulo cuando el profesor expone o recibir una ruidosa llamada de teléfono en medio de la clase?
Cada vez me siento más firme partidario de la denostada "teoría de las generaciones" de Ortega. La historia tiene, según Ortega, una estructura precisa que consiste en el desenvolvimiento de las generaciones. Cada hombre, cuando se instala en el mundo, encuentra una circunstancia histórica conformada por los conocimientos, creencias, ideas, usos, normas y valores de su tiempo. Esta concepción del mundo epistemológica, ideológica y axiológica, esta visión coherente de las cosas propia de cada generación, mantiene una cierta estabilidad y dura un tiempo determinado, aproximadamente unos quince años. Cuando el tiempo se ha cumplido, esta constelación de símbolos se disuelve y da paso a otra distinta y ¡ay! incomparable.
¿Era esto lo que quiso decir el sofista Gorgias en su obra sobre el no-ser?
Recordemos: El ser no existe; pero si existiera, no podría ser conocido y si fuera conocido no podría ser comunicado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario