miércoles, 20 de enero de 2010

Durero, autorretrato


El autorretrato con pelliza de Alberto Durero, realizado en 1500, es un genuino exponente del individualismo existencial del Renacimiento.
El individualismo es, ante todo, un sentimiento de satisfacción y orgullo fundado en la grandeza de la condición humana, contrapuesto a la condición miserable del género humano propia de la visión religiosa medieval. El humanismo renacentista defiende la confianza en la capacidad del hombre para realizar plenamente su destino. La vida terrenal adquiere un valor decisivo como un fin en sí mismo que justifica el esfuerzo por hacer de ella una obra de arte. Nietzsche, gran admirador de Durero, trasladará esta idea a su concepto de voluntad de poder, entendido como afán individual de superación frente a los instintos gregarios.
En el cuadro, los ojos representan el poder de la observación, tanto en el arte como en la ciencia. La mano de Durero es un símbolo de las habilidades manuales, de la perfección artística que incorpora el cuadro y del poder transformador de la técnica. Sin olvidar la nobleza exterior (frente alta, ojos serenos, cabello embellecido) y la fuerza interior del retratado. De esta última dan noticia las propias palabras del autor: Un buen pintor está siempre lleno de figura. Si fuera posible que viviera eternamente, siempre podría crear algo nuevo. La similitud del rostro de Durero con el de Cristo (señalado por algunos intérpretes) también hay que entenderla en clave renacentista: el hombre es un dios vivo que pisa sobre la Tierra.

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