miércoles, 21 de febrero de 2018

Minima moralia I



Lo que nos muestra una observación atenta (y limpia) de la vida: las actitudes morales se heredan, forman parte del temperamento innato, se reciben a través de misteriosos renglones genéticos. Ser una persona honesta, una buena persona, una buena voluntad, en sentido kantiano es un don, un privilegio accidental, sobrevenido, inconsciente… y lo contrario una desdicha. La cultura, la educación, la familia, los usos sociales o la historia quitan o ponen, de acuerdo, pero en el fondo nada esencial. Ante la barbarie, los altavoces oficiales pregonan a los cuatro vientos: hay que ser ético en esto, lo otro y lo de más allá, como si los futboleros violentos, los políticos corruptos, los periodistas mendaces, los delincuentes sexuales, los malvados en general tuvieran la oportunidad de cambiar su forma de ser.

Por cierto, no hay nadie que actúe por imperativos morales categóricos (se debe hacer X sin condiciones, por puro acuerdo de la voluntad con su sentido del deber), todos son hipotéticos en mayor o menor grado (se debe hacer X si quieres conseguir Y).

No creo en la educación en valores. Suena a adoctrinamiento venga de donde venga. Es incompatible con que el alumno piense con su propia cabeza. Nunca me gustó que alguien educara a mis hijos en (sus) valores. Prefiero los términos “enseñar” o “instruir”. “Orientar” también me parece sospechoso de manipulación. En cualquier caso, un buen profesor educa a sus alumnos de manera implícita, nunca explícita.

Sobre el sobado término “humanismo”: el único humanismo no contaminado, no ideológico, todavía respetable, es el de aquellos sabios del Renacimiento que promovieron los Studia humanitatis y salvaron el legado clásico para la cultura europea.

Hay dos clases de derechos humanos: Los primeros han supuesto una de las mayores conquistas éticas y políticas de la historia. Los segundos, voceados por políticos que no creen en los primeros, son simplemente el aceite lubricante de los grandes negocios del capital industrial y financiero.

La virtud de una chica es mucho menos importante en Hollywood que su peinado, decía Marilyn Monroe. ¡Qué actual suena la frase! Aunque entonces todo el mundo callaba ante la infamia. Pero lo que realmente perdió a Marilyn fue el síndrome terminal de identidad que sufren muchas estrellas de la industria cinematográfica norteamericana: una mañana se asoman con resaca al espejo y ya no saben quiénes son ni lo que han hecho. Sin memoria biográfica, incapaces de reinventarse, se convierten en un montón de circunstancias sueltas sin un yo que les cobije; son víctimas de un vaciado en el que sólo queda el molde sonriente que aparece en los carteles. Y sus escándalos sexuales en la prensa.

Una de las justificaciones de la muerte que me resultan más filisteas es la de aquellos que sentencian que “morir es algo natural”. Yo creo que la única muerte que nos parece natural es la de los demás (y no de todos). No deberíamos pensar en nuestra muerte puesto que carecemos de información fiable. La muerte de cada uno (no la del otro, la que conocemos) es una experiencia única y “antinatural”. Cada cual, a solas consigo mismo, conocerá (si es que los conoce) los pormenores de su postrera hora. Ese acontecimiento final es algo que está reservado a un solo espectador: Tu muerte es tuya, del soneto de Agustín García Calvo. 

Un argumento a favor de los contrarios y en contra del diálogo como bálsamo de Fierabrás: “Las palabras significan -decía Lewis Carroll, el de Alicia- lo que nosotros decidamos que signifiquen”. Un privilegio y una condena. En cuestiones éticas, políticas (el ejemplo lo tenemos cerca) o religiosas lo normal es la discrepancia insalvable. La ética dialógica o del discurso es un mero ideal académico. 

Hay innumerables defensores de la “descarga libre de contenidos en la red”, o sea, de piratear música, cine, libros imágenes... Por el tono general (“acceso libre a la cultura”, “educación popular”, etc.) sus argumentos parecen progresistas en lo ético y de izquierdas en lo político. Aportan a su favor que muchos autores están de acuerdo con esta “nueva forma de entender el mundo", aunque no los citan; quizás se ganen la vida de otro modo; o tienen tanto dinero que les da igual (aunque el dinero nunca es suficiente). Otro argumento es que “es imposible poner puertas al campo”, en mi opinión todavía más sesgado. Robar es robar, en el mundo real y en el virtual.

Una relectura: la estupenda novela de Sacher Masoch La Venus de las pieles (¡vaya título erótico!) es sexo literario, no es más pero tampoco menos. El sexo de verdad no es cosa de grandes palabras: o no se habla o se dicen ternezas o, sobre todo, ordinarieces (o las tres cosas).
Jaime, mi colega de mesa en la clase de francés, a la mínima echa sapos y culebras del capitalismo. Antisistema puro. Esta mañana en el examen oral a dos, para facilitarle las cosas le pregunté en gabacho del fácil: ¿Te gusta el capitalismo? Por supuesto, contestó en un ataque de sinceridad, como a todo el mundo, lo que pasa es que estoy en el sitio equivocado: trabajador, español, joven y en paro. 
Decía mi mejor profesor de la facultad: ¿Gente decente?, búscala entre aquella que ha sido excluida de la capacidad ilimitada de desear.

“¡No hablo más que de cambiar el mundo y soy incapaz de cambiarme a mí mismo!” Se recriminaba, achispado y teatrero, el estudiante de filosofía en el bar de la facultad… Puesto que no podemos cambiar el mundo, cambiemos de conversación, le dijo ella (otro “idiota interesante” incapaz de echar un buen polvo: un buen ejemplo de cambiar el mundo y de cambiarte a ti, pensó).

Si a los cazadores les gusta disparar con armas de fuego a los animales y a los pescadores sacarlos del agua con ganchos de acero, vale que lo digan y punto. Incluso les aguantamos que nos larguen el rollo de los instintos atávicos desarrollados durante la hominización y bla, bla, bla. Pero lo que no soporto es que los caza-pescadores pretendan convencernos de que son ecologistas a tope, hooligans de la fauna y protectores incondicionales de la naturaleza. ¡Al carajo!
-¿Es usted feliz?
-Todavía no he caído tan bajo.
Baudelaire 

Buda: El amor al silencio es el único camino que despierta la conciencia.

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