viernes, 28 de octubre de 2016

Don Quijote y los signos

Edición princeps del Quijote

A propósito del lenguaje del Quijote y los signos. Diferencia entre talento y oficio. Si existe una idea también existen las palabras para expresarla. La idea se muestra en el lenguaje por aproximación o búsqueda. Hay escritores como Cervantes que encuentran la expresión exacta “a la primera”, sin correcciones posteriores (o mínimas), sin anotaciones  a pie de página o en los márgenes, incluso con deslices gramaticales o incoherencias en el argumento; y otros que necesitan una larga curva de correcciones, rectificaciones, tanteos literarios para concluir la página de cada día. El estilo distintivo del Quijote es la espontaneidad, el río de la vida, el fluir incesante del lenguaje sin pulidos o añadidos. En relación con los segundos: el andamio se puede ocultar (y el resultado quedar perfecto) pero no el estilo.
Son igual de “naturales”, espontáneos, fluidos, coherentes con el estilo de Cervantes, los dos registros del lenguaje de Don Quijote, tanto en su cordura cuando se encuentra en la cumbre de la lucidez como en su locura cuando llega al límite del delirio. La lucidez y la locura hablan el mismo sistema de signos lingüísticos, de estilemas narrativos. Del mismo modo, hay dos códigos éticos en Don Quijote concordantes: el de la bondad, la justicia, la amistad, la solidaridad y el buen final en la cordura; y el ideal de deshacer entuertos, cabalgar por la causa de los desfavorecidos y restaurar el orden del mundo en la locura.
En el fondo, a los arrieros, pastores y gente del terruño en general, la mayoría analfabeta, que se tropiezan con Don Quijote en sus devaneos itinerantes por las ventas de la Mancha les da igual su lenguaje cuerdo, pleno de sabiduría moral, como sus dislates caballerescos sobre palacios encantados y princesas cautivas. En ambos casos lo tienen por un loco de remate digno de burla y escarnio. En realidad la sabiduría moral les parece también un disparate y la diversión está garantizada. Dicho sea de paso, en la segunda parte de la obra, los nobles que prestan su castillo para que se cumplan las fantasías del caballero andante y su escudero lo hacen para su solaz exclusivo y del mismo modo que la chusma los consideran un par de bufones. Pero Don Quijote no escarmienta, nunca se rinde porque no se considera culpable de los fracasos y desastres en que terminan sus aventuras sino a la intervención de poderosas fuerzas externas, magos enemigos, nigromantes perversos, hechizos arcanos…
Por cierto, la distinción tradicional entre el sentido pedestre de Sancho y la imaginación (e inteligencia) desbordante de Don Quijote es cierta siempre que se admita que Sancho no es el alter ego (la teoría dualista convencional, idealismo-realismo) del ingenioso hidalgo sino su contrapunto. Dicho de otro modo: Sancho, el escudero, está tan fuera del mundo como el caballero andante al que sirve (¿si no por muy rústico que sea cómo podría ir tras sus pasos y creerse sus fantasmas?). Por lo demás, Sancho es a su modo un hombre juicioso y nada falto de conocimientos prácticos.
Todos los libros hacen “enloquecer” de un modo u otro al lector, como los libros de caballerías a Don Quijote. Es improbable una lectura en la que el lector se mantenga incólume frente a las emboscadas del autor. Nadie queda a salvo de los avatares de la lectura (y mucho menos de la relectura). Por eso mucha gente decide no leer un libro en su vida. Por cierto, puedes leer aunque sea un mero resbalar sobre las páginas. Acaso prudente, distraído, distante. O simplemente devorar best-sellers. Obras inocuas que no afirman ni niegan nada, donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos. En cierto modo, el propio Quijote en sus comienzos, que tuvo un gran éxito tras su publicación, fue así considerado: una obra cómica escrita sin más pretensiones que divertir al gran público. Después, en el polo opuesto, vinieron las interpretaciones históricas o filosóficas, la ilustrada, la romántica, la simbólica, la esotérica… Lo cierto es que intentar una síntesis unitaria del Quijote, la obra cumbre de la literatura universal, es imposible. En todo caso, recordemos siempre el privilegio impagable de ser españoles, de que el castellano sea nuestra lengua natal,  de que podamos leer el Quijote tal y como lo dejó escrito su autor.

sábado, 22 de octubre de 2016

Las ferias de provincias. Segunda parte


Atracciones menores de las ferias eran, entre otras, conseguir que la campana cantara con el mazo. Ya saben, el esforzado galán, tras quitarse la chaqueta y subirse las mangas con mirada retadora, descargaba un golpe formidable sobre una base de hierro y la anilla subía por la columna como si fuera un termómetro supersónico. Si el mozo era un morrosko de verdad sonaba el cling ante la mirada extasiada de su novia y los tibios aplausos de los mirones. Toda una demostración psicoanalítica de la potencia sexual del varón. Si fallabas era el momento de poner cara de víctima y recordar que la mejor virtud de la mujer es la compasión. Y no repetir porque no conviene tentar la paciencia.
También estaban las casetas con escopetas de aire comprimido (“escopetillas”) con varios niveles de dificultad. Tres plomillos a tanto. El más fácil consistía en disparar a las apretadas filas de bolas anisadas: prácticamente podías equivocarte de bola o de fila y aún así acertabas. Excepto un paleto bebido que le pegó un tiro a una bombilla; mirada torva del jefe, excusas y el que rompe paga. En el nivel intermedio tenías que tumbar patitos que se paseaban en fila. Premio, llaveros. El más difícil consistía en acertar en la diana de un centímetro colocada en medio de una puerta que se abría si le dabas y te acercaba con un brazo móvil una copita de jerez. Trago corto y ego largo. No es cierto que las escopetillas estuvieran trucadas. Excusas de malos perdedores. Algunos espigados abusones se estiraban sobre el mostrador hasta poner la punta del cañón a quince centímetros de la diana. Así no vale, advertía, el dueño del mandil azul. Es perder el plomo. Tenían menos éxito los puestos de leña al mono con pelotas de goma. Demasiado tosco y difícil; era como tirar piedras a un bote a una distancia respetable. Como los pistoleros del oeste cuando se entrenan en las películas. Los mozos, avispados ante el previsible descalabro, pagaban gustosos las bolas a las chicas que a pesar de no dar ni una se reían como locas. Después de todo es una ley de la evolución que las hembras eligen a los machos más aptos para aparearse. No era el momento de hacer el ridículo. Tiempo habría de medir la cornamenta.
Los coches de choque eran el símbolo fehaciente de la represión sexual de los años setenta. Si pertenecías al género masculino te limitabas a dar unas vueltas por la pista metálica demostrando tu pericia para esquivar a los demás coches a precio de oro si cometías el error de montarte en hora punta. Un par de minutos y a correr al campo. Pero pobre de ti si eras chica: lo que los mozuelos no se atrevían a hacer fuera de la atracción de forma graciosa, atrevida, tímida o delicada lo concentraban en una sola pulsión erótica: embestir brutalmente y por todos los costados a las enloquecidas jovencitas que por primera y última vez compraban una ficha. Un remedo de los que piensan que hacer el amor es romper la cama a empellones… Prohibido chocar de frente. Al que infringía esta regla de oro un par encargados con cara de pocos amigos lo bajaban del coche y lo echaban con malos modos. Lógico, imaginen las demandas de los lesionados en las cervicales o algo peor.
Tenía gracia la noria pero solo la primera vez. La vista desde las alturas era un espectáculo de luz y color. Recuerdo una putada, no sabría decirlo de otro modo, de un compa del instituto. Subimos con dos chicas del preu que nos encontramos en la feria. Al parecer mi colega estaba colado hasta los tuétanos por una por lo que aprovechó una de las paradas que hacían arriba las barquillas (subir y bajar gente) para cogerla inesperadamente de la mano (la otra no sabía ni de lejos de qué iba aquello) y declararse de mala manera. Siempre he esperado un momento como este para decirte lo que siento por ti. O sea, una encerrona del carajo. Imagínense el bochorno. La única solución era tirarse de la noria. Según bajábamos, el estupor y la furia de la joven iban en aumento. Por de pronto se sacudió la mano y no le partió la cara de milagro. Ni le dirigió la palabra. La otra y yo no nos atrevíamos a mirarnos. Al tocar tierra más que despedirse huyeron despavoridas. ¡No es para tanto, comentó escuetamente mi colega! Me tragué los improperios. Hay que echarle huevos, la has cagado chaval, le dije. La próxima vez que se te ocurra una gilipollez así procura que esté como mínimo a veinte millas. Lo cierto es que al final del curso comenzaron a salir juntos. Misterios del alma femenina. A veces es cierto que los dioses ayudan a los audaces.
No me hacía gracia el salón de los espejos cóncavos y convexos. No hay cosa más aburrida que reírte por obligación. Sus imágenes deformes son una de las excepciones más rotundas al libro de Umberto Eco Historia de la fealdad. Además, si no me gustaba cómo me veía en un espejo normal, imagínense en esos desatinos de la óptica. Lo más bonito de la feria eran los carruseles infantiles, el coche de bomberos con escalera y campanillas, los automóviles con dos volantes, el coche de la policía con intermitentes azules o las motocicletas para los mayorcitos. Todavía más espectacular eran los caballitos que suben y bajan. Con que gracia se movían las melenas de las niñas.
El túnel del terror era más o menos lo que esperabas, alaridos siniestros, sombras con ojos rojos que te rondaban en la oscuridad y te rozaban la cara, murciélagos sujetos con alambres que pasaban chirriando y soltaban algo pringoso, monstruos polvorientos por los rincones con cinta magnetofónica en la boca. A pesar de todo, la vez que entré con mi hermano, afortunados mortales, en medio de los terrores convencionales, sonó de pronto una formidable bofetada, de las de órdago a la grande, seguida de atroces insultos y risotadas por doquier. Por el estallido brutal en la cara, dos tíos sin duda. Posiblemente una vendetta: el rival amoroso, el jefe de la oficina, el chivato de la escuela, un moroso crónico, vaya usted a saber… Buen comienzo para una novela. Los encargados con una pinta infame de verdugos y conde Drácula encendieron las linternas, pero nada por aquí, nada por allá y si te he visto no me acuerdo. De traca.

La última atracción que llegaba al ferial era el circo. Lo mejor eran los preparativos, el montaje de la carpa, las jaulas de las fieras y el desfile por la calle mayor con los perros sabios a la cabeza andando a dos manos, los caballos en formación triangular, las dos cebras con los monos encima tirando caramelos saci y al final el elefante moviendo la trompa sin parar. A mi madre le regalaban entradas de silla de pista porque era funcionaria de Hacienda (¿los impuestos?). El circo me gustaba sólo por fuera. Recuerdo el detalle estremecedor de la media de malla rota de una caballista que hacía cabriolas sobre una yegua blanca. Las fieras, panteras escuálidas y leones vejestorios que salían a la cúpula enjaulada al chasquido del látigo del domador vestido de blanco, me recordaban a las figuras mecánicas de las cajas de música, como Olympia, la bella autómata de los Cuentos de Hoffman. Además olía mal. Al acabar el número tenían que perfumar la sala con aerosoles. Los trapecistas hacían lo de siempre con red para alivio de las personas normales y los payasos resultaban más bien vociferantes y patéticos. Lo mejor el presentador y la petite bande con su alegre zarabanda. El circo, un tema literario y cinematográfico.   

sábado, 15 de octubre de 2016

Las ferias de provincias. Primera parte


Ya no hay ferias de provincias como las de antes. Al ser atracciones itinerantes los feriantes las desmontaban en cuanto se tiraba el último cohete y se desplazaban a los fastos del patrón de otra ciudad. Estoy de acuerdo con Levy-Strauss: con una experiencia bien hecha es posible conocer la generalidad o dicho de otro modo, las ferias a las ferias son iguales.
Diez días antes de la fecha de la inauguración oficial comenzaban a llegar los primeros camiones y roulottes a la explanada del recinto ferial, normalmente una explanada enorme y polvorienta.
Las primeras eran las barcas columpio pintadas de azul y blanco sujetas con barras multicolores al techo de la atracción. Solía haber cuatro. Deporte de riesgo. Cada barca con dos personas una enfrente de la otra. El hijo del dueño te daba el primer empujón (las chicas se anudaban una rebeca a las faldas como en un cuadro de Fragonard) y el resto dependía de piernas y manos para mover el invento. Cuando te pasabas de la raya, o sea, superabas el paralelo, el chico te llamaba la atención, ¡la tres abajo! Al toque de campana se agotaba la ficha. La variante dura de las barcas eran las voladoras y el pulpo.
Los siguientes en llegar eran las churrerías y los chiringuitos. Olor a fritanga y brasas. En las churrerías, además de los buñuelos nadando en aceite espeso con más de una feria a cuestas, una máquina cortaba la masa de churros que sacaban con una espumadera y los envolvían en papel de estraza con un toque de azúcar. Muy buenos. Manejaban la principal dos hermanas, mozas aguerridas como en las zarzuelas (“las churreras”), que tenían fama de apalabrar a altas horas de la madrugada ciertos tratos, aunque no dejaba de ser una leyenda urbana. Corrían coplas obscenas como la que decía: si quieres comerte churros pregúntale a la churrera y estarás toda la noche churro dentro y churro fuera. El portero de mi casa presumía de contarse entre los afortunados. Lo único cierto es que era un mentiroso crónico. La especialidad de los chiringuitos, rectangulares y sabrosamente presentados, adornados con jarritas de cristal, paletillas y centros de flores, eran los pinchos morunos, los chorizos, las chuletas de cordero y las sardinas a la brasa todo regado con una jarra de tinto o un quinto de cerveza. Sin olvidar los medios pollos jibarizados nadando en salsas especiosas. Ambientazo de bareto.
Para los golosos quedaban las manzanas glaseadas, los martillos de fresa, delicia de los pequeños, los algodones de azúcar hilada apta para todos los públicos o los barreños de merengue de diversos sabores y texturas. Recuerdo que cuatro amigos de toda la vida, ya mayorcitos, nos jugábamos al mus en la taberna Aparicio quienes eran los paganos (los ganadores) y quienes se metían al cuerpo una buena ración de merengue verde (los palmones). No, no hay error en los paréntesis.
Merece capítulo aparte el mítico teatro, en realidad una revista al viejo uso, de Manolita Cheng. Según corría la voz, allí se decían cosas que harían sonrojar a un estibador con bigote, los chistes estaban tan pasados de rosca que algunas señoras hipocritonas se tapaban los oídos indignadas, los comentarios del presentador a cada número eran tan ordinarios (y gastados) que durante la función las risotadas se oían por todo el ferial; una oleada de envidia corroía a los que se habían quedado fuera con tres palmos de narices. Extra muros nulla salus. Por fin, las vedettes y bellezas en escena más que verse se trasparentaban. Se decía que las más esculturales eran negras. El obispado desde el púlpito desaconsejaba moralmente la asistencia, lo cual era la mejor propaganda que podía hacer. Conocía a colegas del Preu que se disfrazaron con los trajes y sombreros paternos para intentar entrar (sin éxito). Aparte de los porteros del teatro, viejos conocedores del oficio, había dos policías de paisano que controlaban al milímetro a los que entraban. ¡Hombre Javi, tú por aquí, no creo que a tu padre le haga mucha gracia que te pongas sus corbatas! Su padre era el director del Banco Hispano-Americano; si el listillo era un don nadie podía acabar en la comisaría y llevarse un par de mojicones y multa. En provincias se conoce todo el mundo. Algunos intentaron colarse por debajo de la lona del teatro pero era más difícil, visto al revés, que fugarse de Alcatraz. Una sólida muralla de madera tras la tela impedía el paso incluso a una salamanquesa.  
Los reyes del mambo, después de cenar, eran las tómbolas. Recuerdo la de los hermanos Cachichi. Todo un clásico. Los altavoces atronaban los premios a los cuatro vientos: La chochona, una muñeca de peluche de dimensiones ciclópeas y el perrito piloto, lo mismo solo que con gafas y gorra de aviador. Siempre me pregunté cómo los Cachichi calculaban la proporción exacta entre premios y beneficios. Un complejo análisis de balance de mercado. Lo cierto es que las chochonas y los pilotos fluían con generosidad entre el gentío agolpado ante el mostrador de la tómbola. A saber cuánto les costaban los peluches a granel. O si había infiltrados que actuaban de gancho y entraban con los premios por la puerta trasera. Resultaba curioso que a las tres de la madrugada los decibelios no bajaban, el mismo fervor, sólo que ahora había veinte personas y los premios eran vasos de plástico o patitos con pito que cabían en un puño. En cuanto acababa la feria los Cachichi eran los primeros en largarse en dos enormes remolques blancos...

jueves, 13 de octubre de 2016

Fragmentos


Comestible. Susceptible d'être mangé et digéré. Comme un ver pour un crapaud, un crapaud pour un serpent, un serpent pour un cochon, un cochon pour l'homme et l'homme pour le ver.
Ambrose Bierce

Para la ciencia, al contrario que para las diversas formas de teología (por ejemplo la ontología fenomenológica y otras metafísicas trascendentes) no existe el misterio sino el problema. El misterio es para la razón científica lo no conocido, no “lo desconocido”: algo envuelto en la densa bruma de las epifanías, sobresentidos y “cosas en sí”.
La distinción entre mundo interno y externo es una falacia. Todo es mundo externo. La distinción entre sujeto y objeto es lo mismo que si dijéramos que el bazo es parte de mi cuerpo interno y las uñas de mi cuerpo externo.
A la hora de explicar ciertos acontecimientos de interés, tengan relevancia filosófica o no, hay finalmente dos teorías: la teoría empirista y la teoría de la conspiración. Prefiero siempre la segunda porque es más divertida, sugerente y además puede tener finales alternativos.
Preferir el pensamiento disperso al sistema, el ensayo al tratado. Cada lugar del universo contiene demasiadas esquinas. El exceso de principios coherentes, sólidos, convincentes, ahoga las ideas. “Ironía o Iglesia”, este es la clave del pensamiento ilustrado. Sirve, en primer lugar, para reconocer si piensas con la cabeza de otro, en función de otro o, todavía peor, para recibir el reconocimiento de otro.
Lo que define al espíritu libre no es su posición ante la verdad, sino la cantidad de verdad que es capaz de soportar. Esto es lo que convierte a Nietzsche y a Kafka en hombres de conocimiento. En esto se basa la superioridad del artista trágico sobre el filósofo especulativo.

Interesante punto de partida para el viejo asunto kantiano: las edades de la vida. (¿Cuántas son?) En esta clasificación biológica indeterminada se basan las respuestas más probables a los problemas fundamentales del ser humano: Qué puedo conocer, qué debo hacer, qué me cabe esperar, qué es el hombre.
Vida y filosofía son ámbitos de realidad autosuficientes (en el sentido de las sustancias cartesianas). La vida se rige por el principio de simplicidad, incluido el “no lo sé” como norma. La filosofía, una construcción literaria, se rige por el principio de complejidad, incluido el “podemos conocer lo incognoscible”. La primera se basa en el carácter y su doble virtud es la amor y el humor, pues la felicidad es imposible. La segunda se funda en la imaginación creadora y su virtud es el ingenio, pues la sabiduría es inalcanzable. El llamado “mundo de la vida” es un invento de la filosofía y nada tiene que ver con la vida. Puedes usar en cierto modo la filosofía a favor de la vida (esto es lo que quería decir Gramsci con la frase “todo el mundo es un filósofo”) y viceversa; pero poco más… La pregunta clave es, por supuesto, qué pasa si las mezclas y agitas indebidamente.
¿El sentido de la vida? Consiste en pasar el mayor número de ratos agradables con las personas a las que quieres. No te dejes engañar por los falsos profetas ni por los sublimes. ¡Permaneced fieles al sentido de la vida!