viernes, 20 de noviembre de 2015

Historia de la filosofía. Sartre, el fantasma de la libertad


Según Jean Paul-Sartre (1905-1980) el hombre es constitutivamente un ser libre. La conocida frase la existencia precede a la esencia significa que no hay ningún elemento identificador, ninguna propiedad esencial, ninguna definición que nos permita comprender en qué consiste la naturaleza humana. El hombre es... cualquier cosa que haga de sí mismo. Somos como el personaje de una novela que se construye en cada página.
La antropología filosófica se enfrenta sin solución con el carácter irreductible del sujeto. Cada hombre es un proyecto abierto, una existencia por hacer sin que podamos avanzar un paso en sus atributos. El yo vacío (una entelequia) es anterior a cualquier acto de la voluntad. Cualquier determinación es posterior y forma parte de un proyecto en curso. A la pregunta crucial sobre cuál es el sentido de la vida, la respuesta es: el que cada uno quiera darle. El sentido, por lo demás, es la suma de las elecciones que hacemos en cualquier momento.
La existencia del hombre es pura indeterminación, nadificación, existencia no mediatizada sin que nada la oriente. Es una libertad puramente abstracta, formal, no establecida por valores o fines previos; una existencia en la que todo cabe como proyecto al que no es posible renunciar. No podemos no elegir (incluso cuando elegimos la opción del suicidio). No somos libres de dejar de ser libres. Aunque decidamos que otros, los sabios, los principios religiosos o los usos sociales elijan por nosotros, estamos ya escogiendo un modo de ser. La función de la sociedad como sistema compartido de reglas es apartar al individuo de la exigencia radical de su mismidad. El infierno son los otros.
Ese elegir ilusorio el no ser nosotros mismos es lo que Sartre llama la mala fe. La mala fe consiste en el vano intento de evitar la angustia de decidir (lo cual tenemos que hacer en cualquier caso) y trasladar la elección a otras instancias. Los cobardes se esconden bajo las normas.
Lo contrario de la mala fe es la autenticidad, la conciencia segura o frágil que asume la carga insoslayable de la libertad. Quien es auténtico asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. A partir de la carencia original que supone la libertad vacía, sin referencia ontológica (el mundo como tal es opacidad impenetrable), ideológica (incluida la idea de Dios) o axiológica (valores éticos), la existencia, un espacio indefinido, intenta delimitar su esencia sin que pueda renunciar a ese quehacer angustioso e incierto. Estamos condenados a ser libres. (El existencialismo: una filosofía de entreguerras).

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