sábado, 27 de julio de 2013

Le temps des cerises


El verano es el tiempo de las cerezas. Le temps des cerises es una de las canciones populares francesas más conocidas y versionadas por su intenso lirismo y hermosa melodía. Fue compuesta en 1866 con texto de Jean-Baptiste Clément y música de Antoine Renard. La tradición afirma que fue dedicada por los autores a una joven enfermera ejecutada durante La Semaine sanglante, cuando las tropas francesas derrotaron a la Comuna de París.

Louise Michel, destacada anarquista y una de las principales figuras de la Comuna, escribió en La Commune: Histoire et souvenirs (1898): 

Au moment où vont partir leurs derniers coups, une jeune fille venant de la barricade de la rue Saint-Maur arrive, leur offrant ses services : ils voulaient l'éloigner de cet endroit de mort, elle resta malgré eux. Quelques instants après, la barricade jetant en une formidable explosion tout ce qui lui restait de mitraille mourut dans cette décharge énorme...

Es ante todo una canción de amor cuyo significado simbólico se basa en una contraposición: las cerezas evocan la sangre de los revolucionarios caídos por la libertad y la bandera roja de la Comuna. Asimismo, recuerdan la dulzura de la fruta madura y el ambiente festivo del verano.

Junto con la letra original, les propongo mi traducción y una de las interpretaciones que más me gustan.

Quand nous chanterons le temps des cerises
Et gai rossignol et merle moqueur
Seront tous en fête
Les belles auront la folie en tête
Et les amoureux du soleil au cœur
Quand nous chanterons le temps des cerises
Sifflera bien mieux le merle moqueur

Mais il est bien court le temps des cerises
Où l'on s'en va deux cueillir en rêvant
Des pendants d'oreille...
Cerises d'amour aux robes pareilles 
Tombant sous la feuille en gouttes de sang...
Mais il est bien court le temps des cerises,
Pendants de corail qu'on cueille en rêvant !

Quand vous en serez au temps des cerises
Si vous avez peur des chagrins d'amour
Évitez les belles !
Moi qui ne crains pas les peines cruelles
Je ne vivrai point sans souffrir un jour...
Quand vous en serez au temps des cerises
Vous aurez aussi des peines d'amour !

J'aimerai toujours le temps des cerises
C'est de ce temps-là que je garde au cœur
Une plaie ouverte !
Et Dame Fortune, en m'étant offerte
Ne pourra jamais fermer ma douleur...
J'aimerai toujours le temps des cerises
Et le souvenir que je garde au cœur !

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Cuando cantemos al tiempo de las cerezas
el alegre ruiseñor y el mirlo burlón
celebrarán la fiesta.
Las bellas tendrán la locura en la cabeza
y los enamorados el sol en el corazón.
Cuando cantemos al tiempo de las cerezas 
el mirlo burlón cantará aún mejor.

¡Pero qué corto es el tiempo de las cerezas
cuando vamos los dos soñando a recoger zarcillos.
Cerezas de amor parecidas a vestidos [de color rojo]
al caer bajo las hojas como gotas de sangre…
Qué corto es el tiempo de las cerezas,
pendientes de coral que se recogen soñando!

¡Cuando estéis en el tiempo de las cerezas,
si tenéis miedo a las congojas de amor,
evitad a las bellas!
¡Pero yo, que no temo a las penas crueles,
no viviré un solo día sin sufrir.
Cuando estéis en el tiempo de las cerezas
también vosotros penaréis de amor!

¡Amaré siempre el tiempo de las cerezas.
De ese tiempo guardo en mi corazón
una herida abierta.
Y ni siquiera la Dama Fortuna, aunque me sea propicia,
podrá jamás cerrar mi dolor…
Amaré siempre el tiempo de las cerezas
y el recuerdo que conservo en mi corazón!

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miércoles, 24 de julio de 2013

Inteligencia artificial


Vivimos en telépolis, la ciudad de los zombis virtuales. Cualquier objeto (no ya aparato) que caiga en nuestras manos funciona gracias a un software de sistema. Vas por la calle y la mitad de tus congéneres son programadores. Hasta el vigilante de la empresa compila código en sus ratos libres.
Haga una prueba: introduzca en un buscador de aplicaciones el nombre de cualquier monserga y al punto surgirá una lista de descargas. Si se baja alguna, entenderá por qué el sueño de la tecnología produce monstruos. El mundo como voluntad ha claudicado ante el  mundo como representación. La vida ya no se vive, se representa. La imaginación ha sido sustituida por imágenes virtuales, un mundo de sombras que se disfraza de vaca multicolor. Antes los niños jugaban al rescate o a la dola, ahora superan niveles. El aumento del estímulo artificial ha sustituido a las cosas mismas. No hay perspectivas sino plataformas. La desintoxicación del adicto digital es parecida a la del alcohólico: tiene que acostumbrarse a vivir en un mundo con menos luces y politonos. Los improperios contra la razón instrumental de filósofos apocalípticos se han quedado añejos. Tal como anunciaron Adorno y Horkheimer, la ilustración, la racionalidad científica, ha devenido barbarie. La crisis, la gran estafa, no ha sucedió por azar ni por las leyes de la historia. Diseño de programas. Ingeniería financiera, las multinacionales del dinero han contratado a las mentes privilegiadas de Harvard para el gobierno de las naciones. Al final, todos enganchados a Matrix.

El joven ejecutivo, hambriento de trabajo y roles, se guía en el mundo borrascoso de la empresa por el lema realista de “es lo que hay” (presagio de cualquier oprobio). Se levanta temprano con los pitidos de la Quinta de Beethoven (los golpes del destino); con el mando multifunción despierta les appareils de ménage  de la “casa inteligente”. Desayuna delante de cinco “interfaces”: la terminal telefónica Samsung, Apple o Android (otro microcosmos cibernético), el portátil o la tablet o ambos, la televisión de alta definición, el dispositivo de teleasistencia de la empresa y la cámara del portal. Dudo que se imponga en el futuro la pantalla única; lo que nos gusta es el exceso de artefactos.  
Sale del piso e introduce su clave en el panel de seguridad. Baja al garaje en un “elevador” implementado con memoria y sensores; con el mando a distancia abre el coche que se aparca solo y pone rumbo a la empresa. El anuncio del modelo de cualquier vehículo les mostrará su equipamiento cibernético. Si se compra uno caro recibirá un tomo de ochocientas páginas (leo el índice): características técnicas, prestaciones, ciclo, seguridad, instrumental, diseño, entretenimiento, audio, comunicación, control… Según parece, cada utilidad incorpora una ingeniería independiente aunque integrada. Átenme esa mosca por el rabo. ¿Cuántas de estas maravillas usará realmente? Se acabó la leyenda del coche fantástico. Todavía alucino con el GPS de mi modesto Ford. Me parece brujería.

Otros ejecutivos de gama alta prefieren ir al despacho en metro tras dar dos vueltas a la manzana con zapatillas air y cortavientos: la moda de acortar la distancia social. Al terminar, ducha sueca y suplemento de nutrientes. Después se calzan un traje a medida de mil pavos. En la esquina sacan dinero de un cajero automático con su tarjeta rebosante de chips: dos nuevos trastos digitales. Más plástico inteligente para llegar al andén. El panorama de un vagón de metro a las ocho de la mañana es desolador: se ha perdido la interacción mediante miradas, gestos o bostezos; algunas teclean el móvil obsesivamente, otros atacan absortos la videoconsola, estas escuchan música rap con unos auriculares rosas que simulan las orejas de un elfo, aquellos leen el último best-seller de Martin, George R.R. en un E-book forrado de goma. Un sistema de control automático del tren (CBTC) gestiona el tráfico de forma eficiente mientras el maquinista, fuera del sistema, se solaza en el túnel con su bella de día (sacado de una noticia de la prensa). Más de lo mismo.

He ahí a nuestro directivo rodeado de cuatro mentecatos. Estrena su agenda conectándose a la veloz intranet de la empresa. Sigue una videoconferencia de los responsables de la división con sus colegas de la multinacional en Asia. Más tarde asiste en la sala de usos multimedia a una simulación en 3D de una nueva matriz de gestión sectorial (¿?). Antes de media mañana visita la planta de producción para supervisar la eficiencia de la cadena robótica. Después se toma un café de máquina donde se puede elegir la temperatura, la cantidad exacta de leche y los miligramos de azúcar, otro programa informático.

¿Somos los demás distintos? No lo creo. Telépolis, la ciudad sin fronteras, tiene instituciones paralelas donde puedes vivir sin moverte. La nueva caverna de Platón: educación no reglada, información total, bancos, bolsa, inversión y circulación de capitales (la clave del batacazo), compras virtuales, redes sociales, museos a la carta, libros electrónicos… ¿Es posible aun salir de Matrix y librarnos de la dictadura de las máquinas? Por el momento solo se me ocurre una idea: leer las novelas de Jane Austin en buenos libros de papel.

lunes, 8 de julio de 2013

El Museo Naval de Madrid


Acompañé hace unos días a mi mujer al Museo Naval de Madrid, actual sede del Ministerio de Marina, situado junto al palacio de Correos. Iba tras las huellas de un antepasado suyo, participante en la Guerra de Cuba al mando del acorazado Cristóbal Colón y a las órdenes del almirante Pascual Cervera y Topete, comandante de la flota. Recientemente, con presencia de la familia, se ha presentado en el Ayuntamiento de Motril un libro sobre su pariente: José López Lengo, Emilio Díaz Moreu. Marino y político.
La verdad es que si hay alguien poco partidario del mar soy yo. Vivo en el centro de la Península y no puedo prescindir de sus cielos altos y diáfanos, del clima continental y de los verdores nevados de la sierra. Una vez al año voy a la costa, pero a los quince días añoro mi casa. No podría vivir en una ciudad marinera. Por lo demás, las pocas veces que he subido a un barco (incluso varado) me he tenido que atiborrar de biodramina. Una desgracia como otra cualquiera.
Con tales antecedentes, la noche anterior tuve que hacer un considerable esfuerzo por ponerme a bien con las cuatro quintas partes del planeta: Velé hasta muy tarde con las novelas de Stevenson y Conrad, los naufragios de Turner, el mar de Debussy y el buque fantasma de Wagner; con algunas pelis de aventuras, el barco pirata de Lego, montado por mí la tarde de Reyes con el cabreo de mis hijos, la pesca de caballas en el pantalán de Bayona y la merluza a la gallega… Soñé luego (pido disculpas por mis continuas enumeraciones, pero es una exigencia del género) con el vaporetto veneciano, el bateau mouche del Sena, los alados clippers de los libros de veleros o los imponentes portaaviones. El mundo del mar, un fenómeno estético.
Traspasamos al día siguiente las puertas del museo. La entrada es gratuita aunque diplomáticamente te piden una colaboración para labores de mantenimiento y mejora.
Está organizado por salas según un criterio cronológico (desde el siglo XV hasta la actualidad), el más razonable sin duda, aunque caiga sobre tus espaldas el peso erudito de la historia. Aviso a navegantes: en esta clase de empresas, la gente comienza pletórica, dispuesta a dar la vuelta al mundo a vela. Su mente está fresca y receptiva. Se fijan en todo lo que no se mueve, incluso en radiadores y cortinas; leen los prolijos carteles, agotan las vitrinas y los “¡Mira!” y “Qué bonito” sobrevuelan las estancias. Pero a mitad de la travesía, el exceso de información afloja las neuronas y a partir de entonces sólo se dedican a observar el techo, el reloj o las bellezas que transitan. Un consejo para quien le sirva: lo mejor es optar por un procedimiento selectivo: ojeada general, instinto básico y degustación serena. Lo bueno si breve dos veces bueno. Las salas con guía parlanchín y el consabido grupo de jubilados o japoneses o ambas cosas hay que evitarlas sin más. Sé de sobra que si me quedo, termino por hacer alguna pregunta inconveniente, con el cabreo del respetable y la pelotera conyugal. Sólo puedo describir, por tanto, impresiones breves y parciales.
Me llamó la atención en primer lugar la munición de los galeones, las temibles bolas de hierro emplomado. Son como imaginaba. En los combates navales (siempre me acuerdo del combate “nabal” de El Buscón) los buques enemigos se enfrentaban, es decir, se situaban unos enfrente de otros, a cien metros o menos, y se machacaban con fuego y metralla hasta que unos se hundían y otros quedaban para el desguace. Escenas del palo mayor desarbolado, velas caídas, miembros mutilados. El almirante Churruca en Trafalgar al que un proyectil le voló la pierna. El oficial que perdió la mano y hundió el muñón en un barril de harina para detener la hemorragia y seguir en el puente de mando (posiblemente una leyenda marcial). 
También me impresionó la disposición y el equipamiento de las carabelas. ¿Cómo podían sobrevivir a la navegación atlántica en tales condiciones? Hacinados, sin intimidad, faltos de higiene, sólo tíos, agua turbia, hartos de galleta y carne salada. Completaban el cuadro una disciplina férrea y el fanatismo religioso. El escorbuto. Lo cierto es que durante la travesía morían más de la mitad, pero al final llegaban y descubrían un continente. ¿De qué clase de hombres hablamos?
Hay maquetas de todo tipo de embarcaciones, desde chalupas indígenas a grandes acorazados, magníficas. Recuerdo una, primer premio de no me acuerdo qué, que invita a una visión minuciosa. Acabas absorto (el premio más valioso a la perfección) mirando tras las ventanas del castillo de popa, donde se vislumbran lujosos salones y arañas de cristal encendidas en una fiesta de gala. Vuela la imaginación hacia las casacas rojas y los escotes generosos de las damas; los camareros sirven copas altas de champagne y recipientes helados con caviar, mientras la orquesta anuncia los compases de una marcha militar; comienza el baile…
Asimismo, puedes asomarte desde una falsa ventana a la reconstrucción exacta del camarote del capitán de una fragata donde se muestran los retratos familiares, instrumentos científicos, cartas de navegación y los libros de lectura (historia de los descubrimientos y vidas ejemplares, probablemente falsos). La mesa de caoba y la alfombra persa invitan a relatar con pluma de faisán y tintero de Murano los pormenores del viaje; o firmar una decisión crucial a mayor gloria de la reina. ¿Qué no daríamos por dormir allí una noche tropical, a salvo de la lluvia y los vientos huracanados?
Se conserva la única bandera del rey José I (el popular “Pepe Botella”, hermano mayor de Napoleón Bonaparte) pues en 1812 las Cortes de Cádiz ordenaron que se quemaran todas... La asocio a uno de los más logrados Episodios nacionales de Galdós El equipaje del Rey José (y a los siguientes de la Segunda Parte) que trata de la retirada y destrucción del ejército francés y su comitiva. Entre ellos el apuesto Salvador Monsalud con uniforme de la guardia jurada.
Es imprescindible el Mapa de Juan de la Cosa, la representación cartográfica del continente americano más antigua que se conserva. Se trata de un mapamundi pintado sobre pergamino, de 93 cm de alto por 183 de ancho, encargado con toda probabilidad por los Reyes Católicos.  Extendida sobre una mesa, un cicerone con traje y corbata explicaba los detalles a un grupo de marinos con gorra y uniforme blanco (visita ordenada por el alto mando, supongo). Le pregunté cortés, tras disculparme por mi intromisión (y el silencio sepulcral de la tropa), si el mapa se correspondía con la imagen que tuvo Colón de sus descubrimientos.


- No del todo –me contestó en igual tono-. Por ejemplo: Cuba se representa como una isla, en contra de la opinión de Colón, que la consideraba una península de Asia. Más otros detalles.

Me encantan las formaciones de soldaditos de plomo con coronel bigotudo al frente, tambor mayor y abanderado. Son preciosos. Hay dos tiendas en Madrid donde todavía los puedes comprar a precio prohibitivo. De niño, en casa de mis abuelos, jugaba con mi vecino Felixín a las batallas. Colocábamos los ejércitos estratégicamente y tratábamos de derribarlos tirando por turno los saquitos de tierra de un fuerte de indios y americanos (que también intervenían en la refriega). Nunca me he recuperado de tanta felicidad.
Me hipnotizaron los enormes mascarones de proa colgados en lo alto de uno de los patios centrales del museo, ese lugar concéntrico al que se asoman todas las plantas del edificio. Madera policromada: Poseidón, Atenea, el águila bicéfala o la Virgen del Carmen. Pienso en la Odisea, en los trirremes griegos, las galeras romanas, las islas del Egeo y el mar Mediterráneo. Son estatuas antropomorfas: presiento el instante mágico en alta mar en que, tras mover lentamente los ojos, dictan al héroe las reglas sagradas. O erguidas en el bauprés de los galeones, engalanados con hermosas tallas para exhibir el prestigio del buque y propiciar la fortuna de sus tripulantes.
Para finalizar: cuadros de próceres y románticos naufragios, monedas de oro y medallas heroicas, espadas de pedrería, uniformes polvorientos y batallas perdidas. Nada pudimos hallar de su pariente. Secuelas de la derrotas de Cavite y Santiago de Cuba en el 98. De haber ganado, dos salas; más la herencia de mi señora. Sólo un retrato del almirante Cervera. Antes de rendirse Moreu hundió su nave para que no cayera en manos del enemigo. A su regreso a España, consejo de guerra y prisión. Pagó por haberse opuesto a una campaña absurda. Tras su liberación, se dedicó a la política: fue elegido Diputado a Cortes por el partido liberal y Senador por la Provincia de Alicante en 1905.