sábado, 8 de junio de 2013

Dalí en el Reina Sofía


Uno de los acontecimientos culturales del año en Madrid es la exposición del Museo Reina Sofía titulada Dalí: Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas.
Copio de la página oficial: El núcleo de la exposición lo constituye su periodo surrealista y en él se presta especial atención a su método paranoico-crítico, que el artista catalán concibió como un mecanismo de transformación y subversión de la realidad, posibilitando que la interpretación final de una obra dependiera totalmente de la voluntad del espectador.

"Comprender” los cuadros de Dalí, por muchas vueltas que le demos, es imposible. No en vano replicó, cuando André Bretón le mostró la espada flamígera para expulsarlo del surrealismo, que le daba igual (je m’en fou) porque él era el único surrealista.
Si queremos pisar tierra (aunque no demasiado), hay que situar a Dalí en un lugar accesible a la filosofía del arte: ¿Qué es lo que sucede en sus cuadros? nos preguntamos como cualquier visitante alucinado de la exposición… ¿Qué pasaba por su divino bigote cuando los perpetraba? Nada que tenga que ver, por supuesto, con el pensar en sus múltiples formas. A Dalí hay que situarlo en los confines del inconsciente personal y colectivo, en la asociación irrepetible de ideas donde todo se relaciona con todo y el flujo de conciencia es indescifrable. Para Dalí no vale la proposición de que los límites del lenguaje son los límites del mundo.

El pintor ampurdanés aseguraba que la parte fundamental de su obra se había creado bajo los auspicios del “método paranoico-crítico”. Cuando le pidieron que explicara sus principios, se limitó a decir que era tan profundo que ni él mismo lo entendía… Lo cual no le impidió escribir un libro sobre el tema y presentarse en Viena para regalárselo a Freud. En la entrevista, el padre del psicoanálisis hacía de todo menos coger el libro, consciente de lo que le esperaba si daba el paso; sabía que no había ventanas a las fantasías del pintor y cualquier cosa que dijera sería un disparate. Hasta que Dalí, harto de evasivas, se levantó y le espetó: He venido a traerle mi libro para que lo lea y me diga lo que le parece, y tras ponérselo en las manos, se despidió a la francesa. Todos en la exposición somos un poco Freud. El sabio vienés elogió posteriormente a Dalí (nunca habló del libro) como el ejemplo más puro del “temperamento racial español”, posiblemente una manera eufemística de referirse a sus modales.
La primera regla del método paranoíco-crítico es convertir los grandes problemas en obsesiones distorsionadas por un exceso de aura. Recuerdan los desbordamientos de la mística española. Los mismos títulos resultan con frecuencia sacralizados, del tipo Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo (no se lo pierdan). Algunos, de más de dos líneas, ni siquiera tienen sentido.

Dalí era ante todo un profesional que conocía el oficio; los excesos patafísicos y delirios narcisistas, la puesta en escena, forman parte de la obra. Es apabullante la anécdota que cuenta en su Diario de un genio: cuando pintaba la Crucifixión se embadurnó el cuerpo de miel para que las moscas le atormentaran y así identificarse mejor con el sufrimiento de Cristo… Pero no hay que confundir la envoltura con la cosa. Son meros gestos que glorifican el cuadro. La pintura es la parte más noble de su personalidad (si es que  el término significa  otra cosa que un baile de disfraces).
En otra de sus boutades (que razona en su diario) concluyó que lo único que nos hace libres es el dinero. Que solo el dinero es capaz de convocar al destino. Nueva York lo recibió nimbado de gloria: a la crítica norteamericana le sedujo el personaje, su paranoia, sus cuadros. Dánae le cubrió de oro en forma de dólares. Tampoco descuidó sus intereses en la España de posguerra. Conviene recordar que entre sus innumerables metamorfosis, como Zeus para seducir a sus amantes, están la de firme devoto de la Monarquía, la Hispanidad o la Iglesia con galas de apoteosis barroca. Retrató a Franco y a su familia en el Palacio del Pardo como pintor de cámara (¡el amigo íntimo de Federico García Lorca!). El entorno del dictador ha contado lo irritable que se volvía cuando tenía que posar: Ya ha llegado ese majadero de Dalí, protestaba y tardaba en salir de su despacho…

Para aproximarse a su obra es esencial señalar el carácter puntual de las asociaciones; no son, como anunciaba a bombo y platillo, la destilación de las ideas universales que sobrevuelan el ser, sino al revés. La intuición espontánea, emergente, era uno de sus trucos preferidos. Aseguraba que la inmediatez de la ocurrencia era la explosión i-ne-vi-ta-ble de siglos de cultura atesorados en su mente desde el estado fetal. Es célebre su conferencia en la madrileña Residencia de Estudiantes. Confesó que no se había preparado nada para comprobar la fuerza instantánea, volcánica, de su mente. Ante un público que desbordaba la sala, avanzó con su bastón, se sentó solemne y tras un silencio reverencial anunció: Picasso era comunista, yo tampoco. Después se levantó y se marchó dignamente… El retrato de Picasso, en la colección, es espléndido.

Sus visiones, en sentido esotérico, son irrepetibles. Un ejemplo: al referirse en su libro La vida secreta de Salvador Dalí a La persistencia de la memoria, rechaza cualquier versión simbólica o metafísica y relaciona los relojes blandos del cuadro con la textura cremosa del queso Camembert que cenó la noche en que se puso a pintarlo. Las interpretaciones que se han hecho de El gran masturbador (otra joya de la muestra) son largas y tediosas. Lean un fragmento de una muy apreciada: La langosta es un animal que le provocaba terror desde su infancia y que se encuentra pegado a la boca de su autorretrato. Está en estado de descomposición, lo que atrae muchas hormigas que simbolizan la muerte. Un anzuelo simboliza la atadura a su familia que quería retenerle a su lado y volver a un modo de vida tradicional del que él quiere desprenderse definitivamente. El león como deseo sexual, con una lengua rosada como símbolo fálico. Unas piedras como su pasado. Una figura aislada como soledad.
La línea, el color, el conjunto, eso es para mí lo que cuenta…



Muchos motivos son puramente pictóricos, “buenos para pintar” y reciben posteriormente  una interpretación arbitraria; como la granada, el pez, el tigre, el elefante, el desnudo de uno de sus cuadros más logrados (también en la muestra): Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar. Esta subordinación del tema al motivo la aprendió del cubismo. Es el oficio de Dalí lo que cuenta. Lo que caracteriza al verdadero artista es la fundación de un mundo, el territorio abierto, la transparencia de un estilo; y eso ni sus más acerbos críticos lo han puesto en duda.

2 comentarios:

  1. Siempre he pensado que Dalí, más que un pintor, era un cartelista. Toda su poética de la impulsividad se niega en ese pintar minucioso en el que hay objetos, imágenes, etc., pero no exactamente pintura. La salva, como tú muy bien dices, el oficio, pero tampoco tuvo más oficio que muchos espléndidos cartelistas de su época. Lo que tuvo, como buena parte de la vanguardia histórica, es una coartada. Toda la parafernalia audiovisual (el espectáculo de su presencia y las chorradas que decía) con que embadurnaba de miel sus obras para que el público-mosca siguiese acudiendo a él es lo genuinamente pop de su obra, y sin ello, solo con su forma de pintar, de componer, estaría mucho más olvidado de lo que, a pesar del Reina Sofía, ya está. Citas a Franco: "majadero", lo llamaba, pero ya se cuidó bien Franco y su corte de que en España los artistas fuesen majaderos y de que la gente identificase pintor con loco, escritor con loco, en un sentido de la locura que no tenía tanto que ver con la mente como con el valor. Hace falta valor, decía mucha gente recatada, y era eso, el valor, la valentía, lo que engatusaba a los más jóvenes. Detrás había un 'ávida dollars' que se adelantó a su tiempo en el sentido de que supo, sin ser un gran artista, dar con la clave para que se le considerase como tal. Cuánta culpa tiene de ello la sacralización de las vanguardias (que sustituyeron definitivamente la obra por el nombre) o su aura de vendedor de crecepelo ya es algo que no sé. Pero los buenos charlatanes tienen que tener oficio. Por debajo de la mugre debe funcionar una retórica engrasada. Mi duda es si el oficio de Dalí da para una historificación tan rimbombante o si el nuevo gobierno quiere aprovechar para colgarse medallas culturales. El PP actual también considera a los artistas titiriteros, que es la forma fina de llamarlos majaderos.

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  2. Siempre que me pongo delante de un original de Dalí (en este caso soy bastante inmune a las reproducciones) me digo lo mismo: ¡Joder, como ha podido pintar eso! Me refiero a sus propiedades plásticas, puramente formales, lo demás ni lo intento (por eso el artículo es tan escaso en crítica de arte). Mi problema con Dalí es que no puedo renunciar a partirme el trasero con su parafernalia y demás chorradas. Posiblemente se deba a que durante mi niñez en familia esperábamos impacientes delante de la tele su epifanía, cuando mi padre decía con el Ya en la mano: A las diez sale Dalí.

    PD. Siento la pérdida de tu compañero de fatigas. Lo comprendo porque en mi casa paterna siempre ha habido perro. Mi distancia de los perros se debe no a que no me gusten (algo imposible) sino a evitar el dolor del que fui testigo…

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