lunes, 11 de marzo de 2013

Los símbolos en el arte


Todo lo perecedero es sólo un símbolo.
Goethe, Fausto

El hombre es un animal simbólico. El lenguaje humano es un sistema de símbolos arbitrarios que se proyectan en la cultura, una constelación de códigos que pueden ser traducidos finalmente a cadenas de palabras. Un ejemplo sencillo es el código de circulación; un ejemplo intermedio, el lenguaje gestual; un ejemplo complejo, los algoritmos matemáticos; un ejemplo muy complejo, los sueños; un ejemplo indescifrable, el lenguaje de los bosques (Théodore Rousseau, el pintor). La cultura material y no material está plagada de rasgos simbólicos: el infierno, una paloma, la hoz y el martillo, un coche de gama alta, una bata blanca, un corte de mangas.

Por supuesto, el simbolismo es una característica esencial del arte. Dos ejemplos.

Es famoso el uso de metáforas en el film Octubre (1928) de Sergei Eisenstein, basado en el libro Diez días que conmovieron al mundo de John Reed y una de las cumbres del cine. En una secuencia yuxtapone a Aleksandr Kerensky (primer ministro del gobierno provisional derrocado por la revolución bolchevique) con la imagen de un pavo real mecánico. La cabeza y la cola abierta del autómata se mezclan con los andares presuntuosos de Kerensky por el Palacio de Invierno. En otra secuencia, la fuerza revolucionaria del mitin de Lenin al proletariado tras su llegada a la Estación Finlandia en Petrogrado está simbolizada por los brazos solidarios que tiran de las cuerdas de la estatua del Zar hasta que la derriban y se hace pedazos contra el suelo. La contrapartida a esta escena vibrante es la comparación del discurso vacío de un dirigente menchevique en la asamblea popular con la melodía meliflua de las arpas. El general Korni­lov es representado por una estatua ecuestre de piedra, pesada, inmóvil, inútil. El montaje con fines didácticos (con el elevado riesgo de caer en los consabidos ataques de vacuidad) es transformado por el realizador ruso en un recurso eficaz y convincente. Las imágenes se presentan de tal modo que la comparación entre los elementos visuales promueva en el espectador intuiciones y reflexiones de carácter descriptivo, emocional o crítico.  

La Tour Eiffel es una estructura de hierro de 300 metros de altura construida por el ingeniero francés Gustave Eiffel para la Exposición Universal de 1889 en París. Es un símbolo global del positivismo científico y de las ideologías cientificistas que dominaron la segunda mitad del siglo XIX. Fue precisamente esta confianza ilimitada en la ciencia lo que dio origen a las exposiciones universales. La gran torre representa la culminación de la filosofía de Auguste Comte y es un manifiesto forjado en metal contra la especulación metafísica; inversamente, una defensa del método científico como la auténtica razón teórica y práctica de la humanidad. El símbolo supone la encarnación arquitectónica de los ideales laicos y progresistas de la burguesía francesa y un homenaje a los logros de la revolución industrial iniciada en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVIII. La Tour Eiffel es un símbolo exacto del maquinismo y de la producción industrial en cadena: una máquina abstracta de proporciones colosales fabricada con dos millones y medio de remaches, planchas de hierro y ensamblajes. No es de extrañar que la izquierda socialista, los intelectuales y los poetas maudits rechazaran el proyecto. Uno los escritores más beligerantes fue Guy de Maupassant (1850-1893). Dijo de ella: … pirámide alta y flaca de escalas de hierro; esqueleto gigante falto de gracia, cuya base parece hecha para llevar un monumento formidable de Cíclopes; aborto de un ridículo y delgado perfil de chimenea de fábrica. No obstante, almorzaba a diario en el restaurante de la torre. Sorprendido en la mesa, un periodista le preguntó si no le parecía paradójica su costumbre. Tras una larga mirada a la capital del mundo, Maupassant le respondió: en absoluto, es el único sitio de París desde donde no se ve.

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