viernes, 22 de febrero de 2013

Instintos básicos


Muchas de nuestras conductas responden a pautas zoológicas. ¿Recuerdan el libro de Desmond Morris, El mono desnudo? Divertido pero poco científico, según los etólogos.

Repasemos diversas conductas cuyo fundamento son los instintos básicos que la cultura se encarga de modificar, adaptar, reprimir, convertir en energía socialmente útil (hasta aquí el psicoanálisis de Freud es verdadero, el resto es falso). Nos referimos a instintos como la nutrición, la sexualidad, la filiación, la agresividad o la sociabilidad. Llamo a tales conductas “atávicas”.

Los profesores observan con frecuencia actitudes atávicas en los adolescentes. Los machos jóvenes, en pleno desarrollo hormonal, no cesan de darse empujones, topetazos y collejas. Son conductas anticipatorias. Ellas, por su parte, aunque disimulan, observan a los contendientes para afinar las estrategias de discriminación sobre cuál será el mejor candidato a recibir sus favores y trasmitir a la prole los genes más viables. Por supuesto, las hembras eligen.

Ligar es una conducta atávica. Ocurre que la especie humana ha perdido durante la antropogénesis el período de celo. El dominio del medio ambiente hace innecesario que los hijos nazcan en una época del año. Por eso estamos siempre en celo. Competimos por las hembras en cualquier situación. Pero no hace falta que los machos se desafíen en combates rituales chocando las cuernas. El polifacetismo de la especie humana y la debilitación de las pautas innatas permiten el acceso de los más aptos a las hembras y también de los demás. ¡Hay muchas formas de burlar a los mejor dotados!

La agresividad, resultado de la competencia por el sexo, el alimento o el territorio, debe ser compensada mediante reglas recíprocas de reconocimiento entre vencedor y vencido. Tales reglas proceden de los patrones intraespecíficos de cada especie y sirven para evitar que los individuos enfrentados acaben muertos o heridos de consideración…  La moralidad humana tiene su origen en estos patrones. También el derecho. Aunque la especie humana es la única capaz de olvidarlos y sumirse en el abismo de la violencia contra sus semejantes. 

Hay especies, como las cigüeñas, que son monógamas. Pero no es el caso de los grandes simios ni los primates; tampoco del hombre. Las relaciones promiscuas son lo natural y la monogamia una elección cultural. Por cierto, las relaciones homosexuales entre machos -jóvenes o viejos- excluidos de las hembras es algo habitual en la mayoría de las especies. Se sabe que en las especies superiores los machos practican la homosexualidad por placer, juego o diversión. 

Cuando la mujer se queda embarazada se dan en la pareja conductas atávicas de anidamiento. Cualquiera que haya tenido hermanos menores ha podido comprobarlo: tres meses antes de que nazca, los padres se dedican frenéticamente a preparar la habitación del neonato, incluso la casa entera: redistribución y compra de muebles, la cuna, alfombras nuevas, cortinas a la tintorería, despensa bien aparejada, armarios ordenados, puesta a punto de los electrodomésticos… Los celos del hermano ante lo que se avecina están plenamente justificados: supone compartir espacio y afectos.

También son atávicas las pautas de apego a la madre. Cuando mi hija tenía seis meses solicité horario de tarde en mi centro para quedarme con la niña; así mi mujer podía trabajar por la mañana. En teoría hacía lo mismo que ella: biberones, pañales, mecerla, jugar… No es tan complejo. Al atardecer estaba inconsolable; pero en cuanto oía la puerta y presentía a su madre, se tranquilizaba en el acto. Un milagro de la naturaleza.

El predominio de la madre en la crianza de los hijos es un hecho biológico que se da en casi todas las especies. Otra cosa es que por razones de progreso social se equilibren los papeles parentales en el desempeño de roles. La naturaleza es una cosa y la cultura otra. Son caminos a veces convergentes, a veces divergentes y otras paralelos. El problema es mezclarlos de forma inadecuada para sacar conclusiones ideológicas desde la naturaleza a la cultura y viceversa. Por ejemplo: está comprobado científicamente que la morfología del cerebro de la mujer es distinta al del hombre, pero de ahí no se sigue nada.          

La prematuridad del ser humano (que no alcanza la madurez reproductora hasta los doce años) propicia los patrones de sobreprotección familiar; por eso, en ocasiones, los hijos experimentan en la familia una regresión a etapas previas de su desarrollo emocional (también en la escuela). Aunque a cierta edad, incluso en la absorbente familia latina, los padres empujan suavemente a los hijos fuera del nido para que busquen un nuevo territorio.

Para acabar, el instinto de sociabilidad es la base biológica de la mayoría de nuestras costumbres. Las formas de agrupamiento son muchas y se renuevan constantemente. Como las redes sociales, una de las formas más sofisticadas de interacción social.

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