viernes, 7 de diciembre de 2012

Estética de la escasez


Propongo una breve iluminación sobre la diferencia entre estética de la escasez y estética de la abundancia. Puesto que la definición es compleja la muestro con ejemplos: Víctor Erice y Carlos Saura. Giorgione y Rubens. San Juan de la Cruz y Benito Pérez Galdós. Karl Kleiber y Herbert von Karajan. Me centro en los dos últimos.

Karl Kleiber (1930-2004), hijo de Erich Kleiber, otro mito, es uno de los grandes directores de orquesta contemporáneos. Creía, como Toscanini, Celebidache y Klemperer, máximos representantes del “platonismo musical”, que se podía alcanzar la versión ideal de una obra. Sabemos por sus agotados colaboradores que antes de cada interpretación estudiaba la partitura con una minuciosidad de orfebre; que previamente se informaba de las circunstancias biográficas y culturales que arrojaban luz sobre el proyecto; que conocía las innovaciones de las versiones de referencia.
Kleiber restringió su repertorio, se apartó de las giras y los contratos millonarios, evitó la fama, el histrionismo y las revistas. Fue lo contrario de un director polifacético. Sólo se dedicaba a ciertas creaciones a las que volvía obsesivamente en busca de la perfección. Las versiones de algunas sinfonías de Beethoven o Brahms se consideran insuperables. Y sobre todo la ópera: sus grabaciones de Wozzeck, La Traviata, Der Freischütz, Tristan und Isolde en Bayreuth, Die Fledermaus (DVD sin subtítulos en español, ¡qué pena!) y en especial Der Rosenkavalier son legendarias (hasta donde llega mi afición puedo constatarlo). Los Conciertos de Año Nuevo de 1989 y 1992 al frente la Orquesta Filarmónica de Viena se cuentan entre los mejores.
Su discografía es limitada. Se sabe que rechazó ofertas imposibles de rechazar. Sólo aceptaba aquellas que le permitían desplegar la integridad de su talento. Las poderosas empresas de fonografía, las salas y teatros más reconocidos sabían que era un privilegio contar con él… aunque sólo dependía de su impredecible voluntad. Eran temidas sus espantadas por males imaginarios y las cancelaciones de última hora. Dejó plantados al todopoderoso Karajan y a su orquesta. Hasta que Kleiber salía al escenario, levantaba la batuta y sonaban los primeros compases nadie aseguraba su presencia. Pero siempre merecía la pena arriesgar el alto precio de la entrada: la Scala de Milán, el Covent Garden londinense, El Metropolitan Opera de Nueva York, la Ópera Estatal de Viena, la Ópera Alemana de Berlín, el Teatro Nacional de Tokyo (unos de sus lugares preferidos). El gran público lo recibía siempre con respeto y veneración. Se dice con razón que fue uno de los directores más solicitados y esquivos de su tiempo. Karl Kleiber es, en fin, el paradigma de la estética de la escasez.


La antítesis es el director austriaco Herbert Von Karajan (1908-1984). Dirigió durante treinta y cinco años con mano firme la Orquesta Filarmónica de Berlín hasta la separación final por culpa de una mujer, la clarinetista de veinticuatro años Sabine Meyer a la que quiso contratar contra el criterio de los músicos. Realizó cerca de mil  grabaciones y vendió más de 300 millones de discos. Karajan hizo con la orquesta lo que Zeus con Dánae: la tomó en sus brazos disfrazado de lluvia de oro y la dejó embarazada. 
Con suerte desigual realizó versiones de todos los compositores y géneros. Su dirección era a la vez contenida y pasional. Con los ojos cerrados en actitud extática abarcaba con el gesto al auditorio entero. Era capaz de trasmitir a sus filarmónicos la solemnidad misteriosa del adagio de Mahler o la fuerza teológica del allegro bruckneriano. Estaba dotado de un don especial que le permitía lograr esa sonoridad deslumbrante del "estilo Karajan". Otto Klemperer le sugirió en cierta ocasión: Hermoso, ¿pero por qué no se interesa menos por la belleza y más por la verdad?
A Karajan no le importaba la objetividad de la obra sino la interpretación desde unos principios estéticos que no funcionaban igual con todos los autores; su excesiva dispersión le valió a veces los calificativos de ambicioso y superficial; por ejemplo, se consideran mediocres sus versiones de la música barroca y discutibles las de Mozart (incluidas las óperas). En las charlas que daba en la Residencia de Estudiantes de Madrid el director rumano Sergiu Celibidache (su gran detractor), preguntado por cuál era el mejor intérprete de las sinfonías de Mozart, respondió venenoso: Sin duda KarajanEs bien sabido que Celebidache, otra estrella del atril, se negó a publicar grabaciones de sus conciertos (nunca se adentró en el mundo de la ópera) aunque no pudo impedir que se hicieran; consideraba que una grabación desvirtúa el sentido de la obra y elimina los matices que se captan en la sala; las tenía por productos marginales. Las copias que circulan son piratas o comercializadas de forma póstuma, con la autorización de los herederos, por EMI o Deutsche Grammophon. L'argent fait tout!             
En la cumbre del repertorio de Karajan están sus geniales grabaciones de Richard Strauss, Brahms, Beethoven, Verdi y Puccini (su versión de Madama Butterfly es arrebatadora). Egocéntrico y todopoderoso, su imperio abarcaba la participación en la sociedad discográfica más importante del mercado, la dirección artística de los festivales más nimbados y la colaboración en primer plano con las grandes orquestas del mundo. Sus honorarios eran desorbitados, sus exigencias despóticas y sus relaciones con los músicos distantes. Zubin Mehta, uno de los pocos colegas con los que se llevaba bien, dijo tras su muerte: el problema de Karajan es que no se conformaba sólo con la música. Un caso ilustre de la estética de la abundancia.

  

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