viernes, 26 de octubre de 2012

Magritte y la Esfinge

Lothar Wolleh, Rene Magritte, Brussels, 1967
De los pintores “surrealistas” el que más me atrae es Magritte. Su obra no es un delirio controlado sino la fundación de un mundo. Ayer releí el breve (y farragoso) ensayo de Foucault sobre su cuadro más famoso, Esto no es una pipa; sin compartir sus alambicados argumentos, removió mi interés por la paradoja de Magritte:

Por un lado, su estética es abiertamente intelectualista. Rechaza la tradicional versión del cuadro: El cuadro perfecto no permite la mera contemplación, un sentimiento trivial y desprovisto de interés. La pintura es un medio para pensar, la expresión de la continuidad entre arte y metafísica. Nada hay en los sentidos que primero no esté en el entendimiento. No es casual que fuera Chirico el pintor que más le influyó.

El pintor puede pensar -dice Magritte- con imágenes si no se somete a los prejuicios que lo hacen considerarse un artista que expresa, representa o simboliza ideas, sentimientos o sensaciones. El pensamiento de un pintor se identifica con imágenes cuando la inspiración lo libera de esos prejuicios. Entonces ya sólo comprende los objetos aparentes que el mundo le ofrece: cielos, personas, árboles, sólidos, inscripciones... reunidos en un orden que no es indiferente. Un pensamiento así puede volverse visible gracias a la pintura y su sentido está oculto así como está oculto también el sentido el mundo. El sentido es ajeno a las interpretaciones que le damos. Mis cuadros fueron concebidos para ser signos materiales de la libertad de pensamiento. Por esta razón, son imágenes sensibles que no desmerecen del Sentido. Poder responder a la pregunta: ¿Cuál es el sentido de las imágenes?, correspondería a llevar el Sentido, lo Imposible, a un pensamiento posible.

Por otro, en su obra desaparecen los usos del lenguaje y los principios de la lógica: nuestra visión del mundo queda descabalada. No es posible aplicar a sus cuadros las categorías del conocimiento. En ellos no se afirma ni se niega nada. Esto no es una pipa, por ejemplo, no es propiamente una proposición banal, sino un símbolo complejo que pide ser interpretado (hace tiempo lo intenté en este blog).

Nos enfrentamos a una constelación de significados que incluso su autor desconoce (como ha reconocido Magritte al hablar de sus cuadros). Muchos de los comentarios a sus obras son de una ingenuidad desconcertante, dice Foucault. Pero la ignorancia pretende reforzar la autonomía de una pintura que carece de intención narrativa, no de conceptos. Rara vez busca Magritte saber lo que hace: sus cuadros se conciben como obras abiertas en el sentido más amplio del término. Suponen el hallazgo de una realidad aparte que contrapone dos mundos paralelos, aunque no es posible explicar el primero desde el segundo y viceversa. Son mundos que, al revés que en Platón, la teología cristiana o el cuento de terror, coexisten de forma pacífica pero divergente.

Nadie puede orientarse en el planeta Magritte, dice Foucault.

Hay en Magritte una ruptura del lazo representativo, como en Kandinsky o la pintura abstracta, pero ¡quebrado con imágenes reales!: es el juego de las cosas que son lo que no son. En ocasiones, las imágenes son significantes sin significado, o con significados heterogéneos, o con un significado inconstante imposible de fijar; a veces son sólo objetos “buenos para pintar” (en la línea del Cubismo) o encuentros fortuitos entre seres que nada tiene que decirse (ni qué decir)… excepto el hechizo que ejercen sobre nuestra inteligencia. El cuadro es un modelo de sí mismo sin nada exterior que copiar, un objeto que no traspasa los límites de su constitución. Magritte afirmaba que sus obras eran tromp-l’esprit, errores del pensamiento, malentendus y mal-écrits. A lo que se añade la inmensidad de los signos. No existe ningún sistema de clasificación, por muy heterodoxo que sea (al estilo de Borges), capaz de unificarlos; hay repeticiones sin código, motivos dispersos, obsesiones insólitas. ¿Cómo entender los espejos rotos, los cuadros en el cuadro, las continuidades y segmentaciones imposibles o ciertas ambigüedades?

Dice Foucault: Sus cuadros fundan metamorfosis, ¿pero en qué sentido? ¿Es la planta cuyas hojas se echan a volar y se convierten en pájaros o son los pájaros que se ahogan, se botanizan lentamente y se hunden en una palpitación de verdor? (…) ¿Es la mujer que “pasa a ser botella” o es la botella la que se feminiza convirtiéndose en cuerpo desnudo?
La contemplación en Magritte es un juego de trasferencias al cuadro. ¿Quieres jugar, dice Magritte? De acuerdo: puedes encontrar el tesoro o perder el tiempo. Todo depende de tu capacidad para dar lo mejor de ti mismo. Surge un nuevo criterio de interpretación como otorgamiento de sentido, no como desvelamiento de lo oculto sino como formación de la escritura; su ausencia exige del espectador una apuesta por llenar los huecos entre las palabras y las cosas. Magritte pretende independizar la pintura de cualquier referencia al lenguaje, ponerla a salvo del poder del discurso. En muchos de sus cuadros aparecen grafismos que de inmediato pierden su carácter literal: En un cuadro, las palabras poseen la misma sustancia que las imágenes. Vemos de otro modo las imágenes y las palabras en un cuadro.

Su pintura procede por advenimiento de lo invisible a partir de lo visible. Igual que Las Meninas son la imagen visible del pensamiento invisible de Velázquez. Incluso los títulos sirven para manifestar lo invisible: están escogidos de tal modo que impiden que mis cuadros se sitúen en una región familiar que el automatismo del pensamiento no dejaría de convocar a fin de sustraerse a la inquietud. Sólo que lo invisible no se muestra.

Tal vez la crítica tenga que aceptar el carácter indescifrable, privado, solipsista, de la obra del pintor belga, su apego al misterio y a la parábola sin clave. Zóbel decía con razón que la obra de Magritte era como nombrar por primera vez el mundo después de su creación. Si la Esfinge de Tebas hubiera propuesto a Edipo el enigma de Magritte, el final sería distinto.   

Sin embargo, tanto en el mundo empírico como en el de Magritte la muerte de un gorrión requiere ser explicada: en el primer caso como la afirmación del principio de causalidad, en el segundo, como el presagio de un azar insoportable.

…También es válido refugiarse en la perspicaz propuesta de Cocteau: Puesto que estos misterios nos superan, finjamos ser los organizadores.
 
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Ver toda su obra en:

viernes, 12 de octubre de 2012

Sobre arte y metafísica

Sir Lawrence Alma Tadema: Prose, 1879
- La estética debe ser entendida como filosofía del arte.

- La respuesta al problema de la esencia del arte no consiste en la consabida clasificación en artes visuales, auditivas, textuales y mixtas.

- Tampoco en la presentación abstracta de los elementos constituyentes de la obra: estilísticos, metafóricos, conceptuales, narrativos, descriptivos, expresivos, alusivos, contextuales...

- Inversamente, la esencia de arte se muestra más bien en la idea de la continuidad de las formas simbólicas o géneros; en cómo la pintura, por ejemplo, conecta con la música, esta con la poesía y la poesía con la danza (pues todas las formas simbólicas obedecen a las mismas reglas espirituales).

- La dos primeras respuestas (en el fondo una) se refieren a la descripción y evaluación de la obra desde la historia o la sociología del arte; la segunda a la exposición de su contenido objetivo desde la estética. Una se funda en el análisis, otra en la reflexión determinante.

- La estética es crítica en sentido kantiano, es decir, fundamentación: la tarea de la crítica en la filosofía del arte consiste en la consumación de la obra. Un despliegue que puede ser ilimitado pero no banal (o meramente periodístico, mercantil) en el sentido convencional de la expresión “crítica de arte”.

- Tampoco el valor de la crítica reside en la formación de la conciencia colectiva, es decir, en la pedagogía como aspiración de una cultura. Decía Schelegel con ironía: El fin de la crítica es… ¡formar lectores! Quien quiera formarse que se forme a sí mismo. Esto es descortés, pero así son las cosas.

- Las dos primeras respuestas sobre el arte se refieren a la belleza, la segunda a la verdad.

- El filósofo romántico Schelegel define el arte en estos términos: el arte es el mismo continuo de las formas en tanto que obra.

- ¿Progresa la verdad del arte? Escribe Walter Benjamin: No se trata por consiguiente de un progreso en el vacío, de un vago poetizar cada vez mejor, sino de un despliegue y una intensificación cada vez más comprensivas de las formas artísticas.

- Hay para Heidegger cinco formas originarias de verdad (ninguna de las cuales es la ciencia, posterior en el tiempo): El desvelamiento. La acción que funda un Estado. La proximidad de lo más ente de lo ente. El sacrificio esencial. El cuestionar del pensador que cuestiona lo digno de ser cuestionado.

- La verdad del arte es desvelamiento, apertura del sentido, alethéia, lucha originaria entre el claro y el ocultamiento.

- Dice Heidegger: El arte es un ponerse de la obra a la verdad. La obra de arte es el lugar donde acontece la verdad. ¿Qué será la verdad misma para que a veces acontezca como arte? (¿Es filosofía o teología de la arte?).

- Para la estética, la belleza es un elemento copertinente y consecuente de la verdad (la belleza auténtica siempre resulta de la verdad, nunca al revés).

- Hegel concebía el arte (junto con la religión y la filosofía, por este orden) como uno de los tres momentos del espíritu absoluto. Acaso las exigencias compositivas del sistema (la transición de la conciencia estética a la religiosa y de esta a la filosofía) le llevaron a suponer que el arte expresa lo absoluto como belleza de una manera inmediata y puramente sensible, lo cual resulta inadecuado incluso para las artes plásticas a las cuales en el fondo se apunta. La espiritualidad del arte, su discursividad también en las artes plásticas, trasciende la síntesis última de la belleza y supera la intuición del gusto como forma suprema del conocimiento estético.

- Para Novalis, el arte, desde otra visión romántica, es un poetizar del poetizar, naturaleza de la naturaleza, vida de la vida, hombre en el hombre.

- Las palabras de Heidegger esclarecen esta visión: La naturaleza, la tierra se convierte en suelo natal con la presencia del templo griego. La obra de arte levanta un mundo y trae la tierra. La obra permite a la tierra ser tierra.

- Si la esencia del arte consiste en la continuidad de las formas, la forma simbólica por excelencia y la prueba más evidente de tal continuidad es la novela. Su construcción rapsódica, su carácter sistemático, sus recursos formales, su capacidad de incorporar todos los géneros, incluso la música, su carácter retardatario (extensión, trama, final aplazado) son la versión más perfecta de la unidad del arte.

- Y lo es por la prosa. El lenguaje discursivo, prosaico, (no el intuitivo) es para la crítica el fundamento último de la verdad del arte.

- En palabras de Adorno: El espíritu de las obras de arte es lo que las convierte, en cuanto manifestaciones, en más de lo que son. De forma negativa, esto quiere decir que, literalmente, el espíritu no es nada en las obras, fuera de sus palabras; es su éter, lo que habla por medio de ellas o más estrictamente, lo que las convierte en escritura.

- En la novela la escritura ya está escrita, y lo que añade la crítica, prosa sobre prosa, son notas más o menos luminosas a pie de página.  

- Dice Heidegger: El lenguaje es lo primero que consigue llevar lo abierto a lo ente en tanto que ente. El lenguaje nombra a lo ente.

- No obstante, para Heidegger, el lenguaje primordial es la poesía. La creación artística consiste en un poetizar que adviene a lo abierto y pone de manifiesto la eterna agonía entre la luz y la oscuridad: una lucha que se nutre del don del poeta y de su genio, el intermediario entre los dioses y los hombres. Esa fundación del mundo, esa donación de sentido, ese comienzo se da, en primer lugar, en la poesía. La poesía es la esencia del arte. La poesía es un nombrar el ser esencial de las cosas. En la poesía, los dioses tomaron la palabra y el mundo se hizo mundo...

- Hay en Heidegger una oposición entre lo místico y lo prosaico a favor de la poesía. Pero la prosa es el fundamento último de la continuidad del arte y de la verdad estética.

- Escribe Benjamin: La idea de poesía encontró su reconocimiento, que es lo que Schelegel buscaba, en la forma de la prosa; pues los románticos tempranos no conocen ninguna determinación que sea más profunda que la de la prosa. (…) La idea de la poesía es la prosa.

- Sólo la música es un enigma para la teoría de la continuidad de las formas simbólicas. ¿Hay alguna relación entre la prosa y el lenguaje musical? Por supuesto: la ópera, la música figurativa, la evocación musical de intuiciones poéticas, la expresión de motivos generales, la narración de acontecimientos biográficos o históricos, de personajes inmortales, ideas o visiones del mundo, mediante una traducción sin clave al lenguaje de la música… También la crítica musical en el sentido que hemos dado al término.

- Wagner buscó en el drama musical, desde otra perspectiva romántica, la unidad de las formas simbólicas a partir de la música. Pero su propuesta no resulta plenamente convincente, como planteó Nietzsche, porque a la apoteosis musical no corresponde una prosa (poética, dramática, mitológica, histórica) de la misma elevación. Tampoco está a la altura de la música la reflexión determinante que hizo el propio Wagner para justificar la idea de un arte integral.

viernes, 5 de octubre de 2012

Cables y enfuches


¿Por qué los bombones o las flores son femeninas y los cables y enchufes masculinos? Desconfío de las burdas interpretaciones psicoanalíticas que les atribuyen un simbolismo sexual: las clavijas macho-hembra, los empalmes, las alargaderas, los polos contrarios, las descargas eléctricas… y otras vulgaridades.

Cables y enchufes son un arquetipo masculino porque es un hecho que desde el paleolítico superior las mujeres se han ocupado de ciertas labores domésticas, como los vestidos, la crianza y la preparación de alimentos, mientras los varones se dedicaban a las tareas de acondicionamiento y reparación de la cueva.  

¡A que les suena esta imagen! Un viernes por la tarde marido y mujer pasean del brazo por una calle comercial del centro. Viven en un piso adosado de la periferia y han venido a ver tiendas y cenar. Ella se detiene ante un escaparate de moda; entra decidida, mientras el marido espera en la calle con cara de palo. A los veinte minutos sale sin haber comprado nada (algo que al otro le parece inaudito). Unos pasos más allá ocurre al revés: él se detiene en estado de trance delante de una ferretería, mientras que su mujer le tira del brazo; la última vez que vio esa expresión en su rostro acabó con la compra inaplazable de unas tijeras para podar los cinco metros cuadrados del jardín. Total, doscientos euros.

A veces, el marido vuelve de la compra con una bolsa en cada mano: la derecha con los encargos de la lista; la izquierda repleta de cables y enfuches. Al cabo, el marido sale a hurtadillas del cuarto trastero con un fardo misterioso.

 - ¿Dónde vas?, le pregunta su mujer que pasa por el pasillo.

- No, nada, tengo que hacer una cosa (mientras huye sin dar explicaciones)...

Pero no engaña a nadie; su mujer sabe que en cuanto la pierda de vista se dedicará a pelar cables, aparejar enchufes o ambas cosas. Cuando vuelva de merendar con sus amigas el invento estará listo.

De niño, mi juego favorito consistía en abrir el coche teledirigido o la máquina del tren eléctrico y sacarle las tripas para después reconstruirlo cable a cable. Por supuesto, nada volvía a encajar. Mi madre clamaba al cielo y mi padre aparentaba enojarse (su farsa me sorprendía). Después se pasaba el fin de semana tratando de reparar el desguace. Curiosamente salía del despacho con los ojos húmedos y la sonrisa en los labios; y mi paga semanal no se resentía (paradojas de la vida)…

Durante mi adolescencia me fabricaba las tardofranquistas radios de galena, que duraban una semana, y altavoces caseros que se oían peor que los del tocadiscos (compraba los componentes en el almacén de Ángel Colmena, pescador de truchas y amigo de mi padre), hasta que un día toqué algo que no debía y me dio tal calambre que no precisé una curva completa de ensayos y errores para modificar de por vida mi conducta instrumental.

Nunca compré libros del tipo Hágalo usted mismo. Sólo en una ocasión consulté en la Casa de la Cultura uno sobre "cómo hacer tu propia alarma personal”. Pensaba instalarla en la puerta de mi habitación (una fantasía indescifrable entonces y ahora). Pero cuando intenté conseguir los accesorios Colmena me mandó a paseo; comprendí que era mucho más barato comprarla en una tienda de seguridad (que no había en Cuenca, ¿Existen en alguna parte?). La única alarma que saltó fue la preocupación de mis padres por mi salud mental cuando se enteraron del asunto (sin duda me traicionó mi agente comercial). Les dije que sólo era un juego (más leña a la hoguera). Decidí volver a la tranquilidad de los cables.

Tras el fallecimiento de nuestro padre, mi hermana hizo algunas reformas en la casa (ahora es suya). Me contó que cuando llegaron los electricistas se quedaron alucinados del embrollo de cables y enchufes que había.

- En esta casa vivían -dijeron cortésmente con los ojos como platos- dos personas que les gustaba la electricidad. Una sabía y la otra no.

- A mi padre no se le daban bien esas cosas -informé convencido-.

- Según parece, el experto era él, matizó mi hermana partida de la risa. Estuve abochornado un mes. Pero lo superé pronto.   

Al casarme volví a las andadas: interruptores superfluos, enchufes que van al enchufe, ladrones en serie, regletas de diez entradas y alargaderas de veinte metros (o veinte centímetros). El salón parecía un garaje. Al final mi mujer explotó:

- ¡Van a salir todos los cables por la ventana (estuvo a punto de decir: y tú detrás, majadero)! Con el tiempo hemos hecho obras y se ha ocupado de eliminar cualquier vestigio de mis artes.

 Capítulo aparte son los electrodomésticos. Me refiero a los que fascinan al varón: la televisión, el video, la grabadora, la cadena musical, el ordenador, la tablet, la cámara digital, la videoconsola, el libro electrónico o el Iphone (todos unisexo, por supuesto).

Pero la cosa sigue: los aparatos se conectan entre sí. Más clavijas y supletorios. La imaginación al poder, las posibilidades son infinitas. La televisión se conecta a la cadena, el ordenador a la tele, la cámara al ordenador, el Iphone a la videoconsola, la videoconsola a internet. Nuevas masas de cobre detrás de los muebles, debajo del sofá, metidas en canaletas que recorren las paredes como si viviéramos en un submarino. El ideal de una "casa inteligente" cada vez más cretinizada por las nuevas tecnologías.
¿No sería mejor utilizar la imaginación para planificar viajes exóticos, no dar ni golpe en el trabajo o gastarte el dinero en caprichos principescos que no sean aparatos? También para regalarle a tu chica una joya el día de su no cumpleaños, por ejemplo unos pendientes de esmeraldas (me chiflan), ¡no una plancha, idiota!   

Afortunadamente, hay que agradecer a la nueva generación de inalámbricos la disminución del número de divorcios. Por contra, vivimos en un mundo saturado de ondas (WiFi, teléfonos móviles, auriculares, teclados y ratones, mandos a distancia) que nos bombardean constantemente sin que se conozcan (o no se quieran decir) sus efectos nocivos. Aumenta el número de tumores malignos, otra poderosa razón a favor de los cables.

Además, digo yo: ¿Por qué no podemos disfrutar con lo que nos gusta y ellas sí pueden comprarse todas las cremas que les da la gana?