sábado, 26 de mayo de 2012

Diccionario filosófico. Liberal


Mucho ha llovido desde la toma de la Bastilla. En la actualidad, dícese liberal del seguidor de una ideología conservadora cuyo principio es el respeto al adversario… en la oposición. Si los liberales pierden el poder en las urnas se apoyan en los poderes fácticos para recuperarlo a cualquier precio mediante la estrategia del golpe de Estado permanente (fórmula acuñada por François Mitterrand en sentido inverso); un golpe institucional, por supuesto, aunque antaño no dudaron en recurrir a métodos más contundentes. Muchos políticos liberales responden a otro nombre.
Sus ideas sirven de soporte a los desmanes del liberalismo económico (en realidad son cara y cruz de la misma moneda), es decir, del capital financiero desatado que ha traído a Europa la peste de la crisis (más bien la gran estafa).
“Individuo” es la palabra mágica que blanden. Significa que alguien nacido en la clase alta es capaz de mantener sus privilegios e incluso ampliarlos por méritos propios. El auténtico liberal es partidario de fomentar y proteger aquellos derechos y libertades individuales que le permiten a él ser igual ante la ley.
Mientras otros credos sostienen la verdad de sus ideas, el liberalismo avala la validez relativa de todas. Decía en clave marxista la pensadora Simone de Beauvoir: la verdad es una y los errores son muchos, por eso la derecha es pluralista. Sería más exacto decir: el pluralismo es el antifaz de la derecha liberal para ocultar el engendro del pensamiento único.     
El maestro fundador del liberalismo es Adam Smith y su ley de la gravitación social: Dejad hacer, dejad pasar, el mundo marcha por sí mismo; traducido: cuantas más riquezas acaparo más felices son los demás. Una visión ciertamente filantrópica.

Del liberalismo ético, símbolo de la tolerancia universal, muy poco. Decía con razón mi amigo Javier, algo escorado a la izquierda: Lo malo de los liberales es que al final no son nada liberales.

domingo, 20 de mayo de 2012

La visión trágica del lenguaje


En los albores del hombre surgieron los primeros signos del nombrar constituyente de las cosas; surgen también en los balbuceos del niño que aprende la lengua materna y en la disputa del escritor con las palabras, el poeta.


Para el escritor, la lucha por la vida se juega en el lenguaje. Sabe muy bien que la verdad gusta de ocultarse y cuanto más valiosa es la palabra más difícil resulta de entender. El decir relajado y común se extravía en la evidencia. La experiencia ambigua o misteriosa se transforma en convención, normalidad, hábito… El auténtico lenguaje literario nada tiene que ver con los usos correctos, las reglas gramaticales o la competencia del hablante.


Navegar en la corriente fácil del discurso, dice Adorno, es para el escritor la señal inequívoca del fracaso: sabe lo que quiere porque sabe lo que el otro quiere. Sólo lo que no precisa ser comprendido resulta comprensible. La simplicidad de la expresión, la pureza engañosa del estilo, la descripción trivial de las cosas, alumbran el fraude. Es sabido que la industria cultural promueve una literatura de digestión fácil y sin sobresaltos, por más que el estrépito de la acción o la magnitud del drama aneguen las páginas.


Insiste Adorno, el lenguaje cotidiano no es neutral, ni siquiera en las formas más gentiles: La propia amabilidad del habla supone una participación en la injusticia al dar a un mundo frío la apariencia de un lugar en el que todavía es posible hablar con los demás. Y concluye con una mirada heroica: para el escritor la soledad no quebrantada es el único estado en que aun puede dar pruebas de solidaridad. La visión trágica del lenguaje.


Para mí el paradigma de la visión trágica del lenguaje, transfigurada, es la poesía de Baudelaire. En otra entrada me atreví a traducir y comentar el soneto Á une passante. Hoy me he decidido por otra de las flores del mal.


Obsession


Grands bois, vous m'effrayez comme des cathédrales;
Vous hurlez comme l'orgue; et dans nos coeurs maudits,
Chambres d'éternel deuil où vibrent de vieux râles,
Répondent les échos de vos De profundis.


Je te hais, Océan! tes bonds et tes tumultes,
Mon esprit les retrouve en lui; ce rire amer
De l'homme vaincu, plein de sanglots et d'insultes,
Je l'entends dans le rire énorme de la mer.


Comme tu me plairais, ô nuit! sans ces étoiles
Dont la lumière parle un langage connu!
Car je cherche le vide, et le noir et le nu!


Mais les ténèbres sont elles-mêmes des toiles
Où vivent, jaillissant de mon oeil par milliers,
Des êtres disparus aux regards familiers.


Les Fleurs du mal, pièce LXXIX

Obsesión


Grandes bosques, me aterrorizáis como las catedrales:
Aulláis como el órgano; y en nuestros corazones malditos,
Estancias del duelo eterno donde vibran viejos estertores,
Contestan los ecos de vuestros De profundis.


¡Yo te odio, Océano! Tus vaivenes y tumultos,
Mi espíritu los halla en mí mismo; esa risa amarga
Del hombre vencido, lleno de sollozos y de injurias,
Los escucho en la risa inmensa del mar.


¡Como me cautivarías, oh noche! sin esas estrellas
En las que la luz habla un lenguaje conocido!
Pues busco el vacío, y lo negro, y lo desnudo!


Pero las tinieblas son en sí mismas lienzos
Donde habitan, tras surgir de mis ojos por miríadas,
seres desaparecidos a las miradas familiares.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Imágenes y palabras


Giorgio Agamben, Profanaciones. Desear

Desear es lo más simple y humano que existe. ¿Por qué, entonces, nuestros deseos nos resultan inconfesables? ¿Por qué es tan difícil ponerlos en palabras? Tan difícil que terminamos por esconderlos; construimos para ellos una cripta en alguna parte de nosotros, donde permanecen embalsamados, a la espera.

No podemos trasladar al lenguaje nuestros deseos porque los hemos imaginado. En realidad la cripta sólo contiene imágenes, como un libro de figuras para niños que todavía no saben leer, como las images d’Epinal de un pueblo analfabeto. El cuerpo de los deseos es una imagen. Lo inconfesable del deseo es la imagen que nos hemos hecho de él.

Comunicar a alguien los propios deseos sin las imágenes sería brutal. Comunicarles las propias imágenes sin los deseos, un aburrimiento (como contar los sueños o los viajes). Pero, en ambos casos, resulta fácil. Comunicar los deseos imaginados y las imágenes deseadas es la tarea más ardua. Por eso la postergamos. Hasta el momento en que comenzamos a comprender que el asunto quedará para siempre sin despachar. Que nosotros mismos somos deseos inconfesados, para siempre prisioneros en la cripta.

El mesías viene por nuestros deseos. Él los separa de las imágenes para satisfacerlos. O mejor dicho, para mostrarlos ya satisfechos. Aquello que hemos imaginado ya lo hemos tenido. Quedan –imposibles de satisfacer- las imágenes de lo que ha sido satisfecho. Con los deseos satisfechos, él construye el infierno; con las imágenes que no pueden ser satisfechas, el limbo. Con el deseo imaginado, con la pura palabra, la beatitud del paraíso.

lunes, 14 de mayo de 2012

Democracia biosocial


¿Cuál es la forma del Estado que hace al hombre más libre y, por tanto, más feliz? Descartamos los Estados autoritarios, totalitarios o integristas. Nos quedan dos modelos: el Estado neoliberal, propio de Estados Unidos y el Estado del bienestar, el sistema extinto de la Unión Europea (ejemplos ambos de una democracia representativa). La llamada “democracia participativa” es una prolongación maquillada, camuflada de nuevas tecnologías, del viejo contrato social. No me convence ninguna y más con lo que está cayendo.

Me quedo con un modelo de sociedad civil que no existe y dudo que se esté gestando. Lo elijo por su carácter imaginario, abierto a la especulación, no sometido aun al desgaste del oprobio; es decir, por su carácter utópico. Son muchas las formas utópicas del Estado, algunas triviales, otras peligrosas, pero, entre todas, propongo la democracia biosocial: precisamente porque no sabemos de qué se trata y porque cada ciudadano puede llenar el molde de la libertad con sus fantasmas antropológicos. Yo también tengo los míos, y aunque contemplo la ficción como un lienzo en blanco, me voy a permitir algunos devaneos.

Sostengo que los puntales de esa sociedad ideal son la familia extensa, el matriarcado y la poliandria.

La familia extensa organiza el parentesco mediante la unión de un conjunto de familias consanguíneas con sus cónyuges e hijos respectivos. Lo característico de la familia extensa es la ampliación de la crianza y la educación filial. Unas veces, la mujer tiene las mismas obligaciones y afectos hacia sus sobrinos y sobrinas carnales que hacia sus hijos. Otras, el hombre se ocupa de los hijos de sus hermanas, mientras los suyos están a cargo de los hermanos de su esposa. (¡Vaya lío!). Dicho de otro modo: de las dos familias a las que pertenecen, tienen más obligaciones y vínculos emocionales con la familia en la que han nacido que con la familia que han creado. La familia extensa consiste en una parentela central de hermanos, hermanas e hijos comunes y una periferia conyugal. ¡No les parece perfecta!

Si quieren entender las razones a favor de la familia extensa, lean la entrada del blog El mal en el mundo. Mi proyecto es de carácter sociobiológico: defendemos que la cultura interactúe con la biología desde otros principios fundacionales. Respaldamos la continua y profunda interacción entre ambas en un proceso único cuya consecuencia sea la aparición de una realidad biosocial eficiente, de un hombre nuevo, evolucionado, adaptado a la vida en las sociedades complejas, dotado para las interacciones primarias y secundarias, capaz de evitar la extinción de la especie.  

El matriarcado, segunda conjetura, se caracteriza por la situación predominante de la esposa frente al esposo. En esta versión del matrimonio, el vínculo conyugal y las alianzas externas se forman a partir de las líneas consanguíneas de la mujer. Además, el matrimonio matriarcal comporta que los cónyuges viven en casa de la esposa, y los hijos son identificados y reciben los privilegios de la herencia por parte de la madre.

Finamente, la familia extensa y matriarcal deberá adoptar la poliandria como forma jurídica del matrimonio: es decir, la normalización del vínculo de una mujer con dos o más hombres... con la red de relaciones sociales, culturales, y sexuales que esto supone. ¿Se imaginan el cambio?

Las razones son también evolutivas. La mujer es más perfecta que el hombre en todos los órdenes (fisiológico, mental, cognitivo, moral, social). El restablecimiento de un ritmo paralelo entre biología (la aparición de una especie renovada mediante mutaciones favorables) e historia (condenada al apocalipsis) es crucial para evitar nuestra desaparición de la faz de la tierra. Esta apuesta pascaliana por la mujer, la única opción de supervivencia posible, exige un cambio radical en los papeles y posiciones adscritos a las diferencias sexuales. ¡Sólo ellas nos harán libres, al revés que en el paraíso terrenal!

Saltamos del Estado al individuo y su soledad constituyente, empeñado en lo que llamamos pomposamente “felicidad personal”. De nuevo mis quimeras miran a la sociogénesis. La autoconciencia, la figura del espíritu libre, debe fundar su causa en cuatro valores supremos: la armonía, la independencia, la compasión y la inocencia. La primera apunta al viejo Platón: sólo un sujeto en el que se ahorman la parte corporal, emocional y racional puede adaptarse con éxito a los rigores del medio ambiente. La segunda apunta a Francis Bacon: la ausencia de ídolos, prejuicios, ataduras ideológicas, religiosas y morales, fomentará la aparición de una sabiduría colectiva que no sea un peligro letal para la especie. La tercera apunta a Rousseau, al sentimiento de la compasión: un impulso generoso que evita el sufrimiento de los demás y la confrontación de todos contra todos. La cuarta apunta a Nietzsche y a su visión del superhombre: Finalmente, la libertad como creación del genio deja paso a la inocencia. El hombre nuevo, libre, feliz, se convierte en un niño. Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un santo decir “sí”. El niño es el umbral, la puerta luminosa a esas mil sendas que no han sido recorridas, mil formas de salud y mil compensaciones ocultas en la vida

(Armonía, independencia, compasión, inocencia, los valores del eterno femenino).

jueves, 10 de mayo de 2012

¡Campeones!


Hay que saber perder (¡qué nos van a contar a los atléticos!) y saber ganar. Es la ética y la estética del fútbol, que no es un deporte propiamente dicho (c’est la guerre plutôt!). Y puesto que en las grandes finales sólo existe el bien o el mal y no hay grises como en la vida, lo primero es consolar a ese gran equipo vasco, joven y con casta, con historia y actualidad, que es el Athletic de Bilbao. Lo hicieron Antonio López y Simeone al acabar el partido; se hizo un pasillo cordial a los subcampeones y el célebre y nunca bien ponderado Cerezo puso por las nubes a la afición bilbaína (menos mal que no atribuyó la victoria a las bendiciones del Papa… ¿recuerdan la visita del club y sus palabras?: ¡Hemos estado con Benito 16!).
Además el Athetic es nuestro padre natural, algo que conviene señalar: el 26 de abril de 1903, un grupo de estudiantes vizcaínos de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas decidió fundar un equipo filial del Athletic Club de Bilbao, el cual se denominó Athletic Club de Madrid. (¡Gracias por todo!)

Es la segunda Copa de la UEFA del Atleti en poco tiempo y forma parte de la herencia que dejo a mis hijos, sobre todo al pequeño, Nacho, que, como yo, es fiel seguidor de la religión rojiblanca, la única que profeso. Ahora mismo está en la fuente de Neptuno con bufanda y bandera en representación de la familia. ¡Este es el Atleti de mi abuelo, de mis padres, de mi hermano y el mío! Una mención especial para Ana, mi mujer, que es madridista (muy grave, en cualquier caso), aunque se desdobla en ferviente colchonera cuando lo requiere el amor por su niño. ¡Ya puedo morir tranquilo!

Digo lo mismo que el video oficial:

- ¿Papá -dice el tierno infante- qué es más importante, la Champions o la Europa League?

- (Silencio reflexivo) Eso depende...

La final de ayer es historia en el sentido literal del término: el campeón nos recordó al Atleti de leyenda, aquella escuadra genial que armaba su fútbol con una defensa rocosa, un centro del campo ágil y unas lanzas astutas y letales. El Glorioso. No cito nombres del pasado por no sollozar. Revivimos el famoso contraataque que nos hizo ganar ligas y copas, y medirnos con éxito a los grandes expresos europeos (esas multinacionales que nos birlaron al Kun y pronto pujarán por FalK.O.).

Todos jugaron, bien, hasta el utilero (¿por qué dicen “utillero”?), como explicaba Mario Suárez a la prensa. ¡Esta alegría de vivir no nos la quita nadie hasta el domingo! Un abrazo a la afición.

¡VIVA POR SIEMPRE EL ATLETI!

lunes, 7 de mayo de 2012

La gaviota, Anton Chéjov


Es conocida -y afortunada- la exclamación del crítico y autor Jules Lemaître ante una adaptación teatral "a la altura de nuestro tiempo": Dios mío, que exasperantes  son las ideas modernas cuando alguien forma parte de los clásicos…  Es lo que le ocurre a la obra de Anton Chéjov La gaviota, representada en el Teatro Galileo de Madrid bajo la dirección de Rubén Ochandiano.

El texto de Chéjov ha envejecido como el vino en la barrica: tres ejemplos, hoy nadie se suicida por amor, solloza en los brazos de su madre ni rumia las penas a orillas de un lago solitario. Eso sin contar con que los personajes rusos nos parecen habitantes de otro planeta. Uno de los lemas de la crítica, que aparece en el cartel, anuncia: Una obra real como la vida misma. Me parece un dislate. Sólo  las turbias relaciones que se desgranan en escena, donde todos aman (no digo desean) a la mujer del prójimo y se reconocen en la imagen fantástica del otro (porque no se aman a sí mismos)... conectan con la parte menos sustantiva de los tiempos que corren.

Comprendo también que el estreno de La Gaviota en 1896 fuera un sonoro fracaso y Chéjov tuviera que salir por la puerta trasera. Al público de finales del XIX tampoco le importaba el ámbito espeso de los autores, actores y adictos. A muchos escritores les sucede lo que a los periodistas, esa variedad menor del oficio: siempre están mirándose al ombligo, hablando de sí mismos y de su papel crucial en el sistema del mundo. La gente normal (ahora le doy brillo al adjetivo), entre la que nos gusta incluirnos bastantes veces, va al teatro para disfrutar del ingenio épico o lírico de la obra… no a atufarse con las plastas solipsistas del autor (la mayoría de las cuales son indecentes y mezquinas). ¡Vaya tropa!

Por ambas razones, el tiempo y el tema, la actualización de la obra de Chéjov nació condenada al fracaso. Además el marco material del Galileo no resulta adecuado. Se trata de un “teatro taller” con un escenario radial, en contacto directo con el público. El invento no funciona. En mi opinión, al revés, habría que llevar la obra a su lugar natural y alejar al público de la escena del drama: por ejemplo al teatro María Guerrero; por supuesto, con vestuario de época y un texto sin alteraciones ni símbolismos. No es de extrañar que la “comunión espiritual” con el espectador, la síntesis de los elementos en juego, la sangre del teatro, brotara en contadas ocasiones; en las demás, parecía el trabajo de un grupo muy bueno de aficionados. Las idas y venidas de los actores por el patio de butacas, un recurso del taller para tapar las carencias del montaje, sólo empeoraron las cosas. No critico por criticar: es que la entrada es muy cara.