viernes, 14 de enero de 2011

La Biblia de Amiens



Prefacio de Marcel Proust al libro de John Ruskin La Biblia de Amiens

Pero ya es tiempo de llegar a lo que Ruskin llama más particularmente "la Biblia de Amiens", al pórtico Occidental. La palabra “Biblia” es tomada aquí en un sentido estricto, no figurado. El libro de Amiens no es un libro de piedra, una Biblia de piedra, tan sólo en el sentido vago en el que lo habría calificado Víctor Hugo(1): es la “Biblia en piedra”.
Sin duda, antes de saberlo, cuando veis por primera vez la fachada occidental de Amiens, azul en la niebla, deslumbrante por la mañana, generosamente dorada por la tarde tras haber absorbido el sol, rosa y ya francamente nocturna al ocaso, a cualquiera de esas horas en que sus campanas tocan en el cielo y que Claude Monet ha fijado en sublimes lienzos(2)donde se descubre la vida de esa realidad que ha sido hecha por los hombres pero que la naturaleza ha hecho suya tras sumergirla en su seno, una catedral, cuya vida, como la de la Tierra en su doble revolución, se desarrolla a lo lago de los siglos, y, por otra parte, se renueva y se agota cada día; entonces, dejando a un lado los cambiantes colores con los que la naturaleza la envuelve, sentís ante esa fachada una impresión difusa pero intensa.
Cuando ves ascender hasta el cielo ese hormiguero monumental y dentado de personajes de tamaño natural en su estatura de piedra, con su cruz, su filacteria o su cetro en la mano, ese mundo de santos, esas generaciones de profetas, ese séquito de apóstoles, ese pueblo de reyes, ese desfile de pecadores, esa asamblea de jueces, ese vuelo de ángeles, unos al lado de los otros, unos sobre otros, de pie junto la puerta, mirando a la ciudad desde lo alto de los nichos o al borde de las galerías, más arriba aún, no recibiendo sino difusas y deslumbradas las miradas de los hombres al pie de las torres y en el sonido de las campanas, entonces, sin duda, con el calor de vuestra emoción, sentís que esta ascensión gigante, inmóvil y apasionada es algo grande.
Pero una catedral no es solamente una belleza para ser sentida. Incluso aunque no constituya ya para vosotros una enseñanza a seguir, al menos sigue siendo un libro para comprender. La portada de una catedral gótica, y, más particularmente la de Amiens, la catedral gótica por excelencia, es la Biblia.


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(1) La señorita Marie Nordlinger, la eminente artista inglesa, pone ante mis ojos una carta de Ruskin en la que Notre Dame de Paris de Víctor Hugo, es calificada como lo más bajo de la literatura francesa.

(2) La Catedral de Rouen a diferentes horas del día, por Claude Monet (colección Camondo). En cuanto a interiores de catedrales no conozco más que los –tan bellos- del gran pintor Helleu.

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