lunes, 10 de enero de 2011

John Everett Millais, Ofelia




Sur l'onde calme et noire où dorment les étoiles
La blanche Ophélia flotte comme un grand lys,
Flotte très lentement, couchée en ses longs voiles...
On entend dans les bois lointains des hallalis.
Rimbaud

Hace cinco años asistí en la Sala de Exposiciones de la Fundación La Caixa de Madrid a la exposición Prerrafaelitas: la visión de la naturaleza, organizada por la Tate Britain de Londres, en colaboración con la Fundación la Caixa y la Alte Nationalgalerie de Berlín. La muestra reunía unas 150 obras, entre las que había pinturas tan célebres como Ofelia (1851-52) de John Everett Millais, Nuestras costas inglesas (1852) de William Holman Hunt, y Los lindos corderitos (1851-59) de Ford Madox Brown.
Siempre me ha cautivado, como a cualquier seguidor de la pintura, la Ofelia de Millais. ¡Por fin pude contemplarla en todo su esplendor! Hasta tres veces insistí, tras disfrutar del resto de los cuadros, en la belleza atormentada de su rostro, perdida para siempre en el sueño del que nadie retorna. Mientras hojeaba una excelente monografía sobre los prerrafaelitas de la editorial Taschen, he vuelto a sentir la nostalgia de aquella tarde otoñal.

Todas las mujeres prerrafaelitas, me resultan fascinantes: la belleza perversa de Sidonia Von Bork, de Edward Coley Burne-Jones, la fatalidad seductora de Vivien de Frederick Sandys, la ambigua espiritualidad de Beata Beatrix de Dante Gabriel Rossetti, la desesperación sensual de Isabel de William Holman Hunt o el dolor sereno de la Medea de Evellyn de Morgan… pero mi preferida, a la que amo realmente es a Ofelia.
La composición de Millais recoge el suicidio de la heroína, trastornada por la demencia fingida de su prometido Hamlet y la pérdida por un error aciago de su padre, el dignatario danés Polonio (escena tomada del acto cuarto del drama de Shakespeare).

Entra la REINA (único testigo de la muerte de Ofelia).
¿Qué hay querida esposa?
REINA
Una persona le pisa los talones a (la muerte de la) otra; tan rápido se siguen… Laertes, tu hermana se ha ahogado.
LAERTES
¿Ahogado? ¿Dónde?
REINA
Sobre un arroyo, inclinado crece un sauce
que muestra su pálido verdor en el cristal.
Con sus ramas hizo ella coronas caprichosas
de ranúnculos, ortigas margaritas y orquídeas
a las que el llano pastor da un nombre grosero
y las jóvenes castas llaman “dedos de difunto”.
Estaba trepando para colgar las guirnaldas
en las ramas pendientes, cuando un pérfido mimbre
cedió y los aros de flores con ella
al río lloroso. Sus ropas se extendieron,
llevándola a flote como una sirena;
ella, mientras tanto, cantaba fragmentos
de viejas tonadas como ajena a su trance
o cual si fuera un ser nacido y dotado
para ese elemento. Pero sus vestidos,
cargados de agua, no tardaron mucho
en arrastrar a la pobre con sus melodías
a un fango de muerte.

El espectador contempla el cuadro (76,2 x 111,8 cm) como si estuviera en la orilla del arroyo por el que se desliza el cuerpo de la joven a favor de la mansa corriente. Por su postura, Ofelia todavía no ha muerto. Aparece fijada al lienzo en el instante mismo en que, con la ropa suelta, los cabellos hundidos, la mirada ausente, entona una melodía infantil.
Millais consigue captar el momento del tránsito en un marco verista y a la vez pleno  de resonancias poéticas. Su mano derecha, ambas levemente por encima del agua, sostiene los restos de una guirnalda floral. Tras breves instantes, la deriva del cuerpo en el arroyo hará que la perdamos de vista. Después, imaginamos a Ofelia desapareciendo lentamente bajo las aguas oscuras.
La composición de Millais es fiel a dos principios estéticos del prerrafaelismo: la recreación exacta de la naturaleza y el contenido simbólico de los detalles.
Por lo que respecta al primero, llama la atención la minuciosidad con la que el autor plasma los matices del entorno mediante la creación de una tupida trama de superficies vegetales y una paleta amplia de verdes (la distribución de las capas y la escala cromática sólo pueden apreciarse en el original). El resultado es un lugar frondoso, colorista, aunque opresivo y cargado de melancolía.
Uno de los aciertos de la composición es la tensión entre opuestos, lo natural y lo sobrenatural, que se manifiesta en la visión de un bello rincón de la naturaleza impregnado de un aura indefinible de misterio. Quizás lo más valioso del cuadro sea ese equilibrio sostenido entre realidad y misticismo.
En relación con el segundo principio, es conocida la imposibilidad de distinguir en la pintura inglesa entre prerrafaelitas y simbolistas. Cada una de las flores del cuadro de Millais expresa una metáfora: el sauce, el amor perdido; la ortiga, el sufrimiento; los pensamientos, el afecto no correspondido; las orquídeas, la feminidad; las ulmarias (hierbas perennes), el recuerdo; las margaritas, la inocencia; las amapolas, la muerte. Los expertos han descubierto, en este jardín fluvial, narcisos, coronas imperiales, lirios, adonis, dedos de muerto… llevados al lienzo no como meros matices iconográficos, sino como alusiones simbólicas al temperamento arrebatado de Hamlet y a los sentimientos infaustos de Ofelia.

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