miércoles, 20 de enero de 2010

Dalí, La persistencia de la memoria


Como en muchos de sus cuadros, el fondo de La persistencia de la memoria (1931) es la Bahía de Port LLigat. El retrato del pintor, en primer plano, se interpreta como un caracol que se arrastra por la arena con un reloj por caparazón, arquetipo de la vida como un viaje lleno de afanes y trances.
El resto de los relojes son blandos y moldeables; uno cuelga de la rama de un árbol sin hojas y otro del borde de un muro. El cuarto reloj, el único que conserva su consistencia normal, está cubierto de hormigas que parecen devorarlo, un signo amenazador de decadencia (como el árbol desnudo) y la presencia de la muerte. El verdadero protagonista del cuadro es la fugacidad del tiempo. La materia de que están hechos los relojes, el oro y la plata, simbolizan el valor inapreciable de la danza de las horas.
Otra posible interpretación insiste en la divergencia abismal entre el tiempo psicológico de la memoria y el tiempo físico de los relojes.
Por fin, una tercera presenta al cuadro como el triunfo del arte sobre el tiempo, que aparece en la pintura paralizado y vencido.
El autor, en su obra La vida secreta de Salvador Dalí, al referirse al cuadro no admite ninguna interpretación simbólica ni metafísica e insiste en la idea de que ni él mismo lo entendía; como mucho asocia los motivos pictóricos con la textura cremosa del queso Camembert que cenó la noche en que se puso a pintarlo.

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